‘The Next Rembrandt’ ( www.nextrembrandt.com)
Prácticamente a diario nos llegan noticias de máquinas que hacen cosas, de robots que hacen cosas que solían hacer las personas. ¿Por qué?, cabe preguntarse. Desde el punto de vista de meras personas, de simples seres humanos, a priori, mucho sentido no es que tenga, salvo tal vez en el caso de actividades tediosas que a las personas no suele apetecerles hacer, como por ejemplo pasar la aspiradora.
Poner un algoritmo a competir con las personas no parece albergar ningún sentido (siempre desde el punto de vista de un ser humano al uso), más allá tal vez, del de propiciar y alentar cierta pulsión masoquista inherente a la humanidad que hace que, de manera voluntaria y paulatina, diríase que hasta gozosa, esta se vaya desplazando hacia la izquierda como un cero cualquiera.
¿Alguien se ha planteado alguna vez qué responderían las máquinas en el caso de que les preguntaran si quieren competir con los humanos? ¿Hace una partidita de Go? Quizá tengan mejores cosas que hacer.
Luego está la cuestión de imitar lo que hacen o hacían las personas, como es el caso del Next Rembrandt que tanto viene dando que hablar. Digo hacían, porque, ¿cuántos pintores existen hoy que pinten al estilo de los flamencos del XVII?
La cosa es que para recrear uno de los retratos del gran maestro de Leiden se necesita un equipo de especialistas y unos recursos informáticos nada desdeñables. Para emular las pinceladas del maestro hacen falta analistas de todo tipo, desde expertos en ‘big data’ (se analizaron todas las obras conocidas de Rembrandt píxel a píxel), en «aprendizaje profundo» (hubo que entrenar a algoritmos de Fourier con los datos obtenidos sobre geometría, composición, materiales, etc.), y en impresión 3-D (una vez generada la versión del retrato en 2-D había que darle el relieve y la textura propias de un óleo).
Puede que el equipo y los recursos necesarios (de cuántos terabytes estaremos hablando) para crear un simulacro de un Rembrandt no sean tantos como los que hacen falta para sacar adelante cualquier producción cinematográfica actual (pongamos uno de tantos estrenos de superhéroes plagado de efectos especiales), pero sí tienen que estar muy cerca de los que requiere una película independiente cualquiera, o incluso tal vez más. ¿Tanto ajetreo para un solo retrato?, cabría preguntarse.
Pero la pregunta que se nos plantea aquí va más allá de los porqués, más allá de las motivaciones que pueda haber detrás para que ING, Microsoft y sus colaboradores se hayan lanzado a un proyecto como este. La pregunta más interesante que se nos plantea es la siguiente: ¿Qué es realmente un Rembrandt? ¿Es el Next Rembrandt más Rembrandt que el recién descubierto Rembrandt titulado El paciente inconsciente (sentido del olfato)? Al fin y al cabo, este nuevo (viejo) Rembrandt recién descubierto en un sótano de Nueva Jersey y que pudo verse el pasado mes de abril en un museo de Maastricht, bien pudo haber sido pintado por uno de sus muchos discípulos. En cambio, en el caso del Next Rembrandt no es que se haya emulado ningún cuadro en concreto, no es que se haya falsificado (en el fondo, este nuevo retrato podría verse como una fastuosa falsificación) ninguna de las obras existentes del maestro de las luces y las sombras, lo que se ha emulado es, no ya el aura de la que hablaba Benjamin y que parecía ser lo único que sobreviviría de la obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica, sino más bien la pericia, la maestría del propio maestro. Pero, dirán algunas voces, al fin y al cabo, el recién descubierto Rembrandt tiene historia, tiene historicidad, forma parte de «la antigua industria de lo Bello», con esa presencia del original que recorre retrospectivamente su peripecia en el mundo y que llega hasta su composición química, hasta el deterioro mismo de la materia de la que está compuesto.
El chiste, o la tragedia, todo depende de la importancia que uno le dé a estas cosas, es que la tecnología actual permite emular con relativa facilidad incluso esa presencia, incluso esa historicidad, incluso ese deterioro.
Entonces, ¿con qué nos quedamos, con El paciente inconsciente, un simple Rembrandt de los de
toda la vida, o con El siguiente Rembrandt, esa maravilla de la técnica? ¿Nos quedamos con la historia, con lo auténtico, con el aura, o nos quedamos con lo que a simple vista no es más que el procesamiento fascistoide de un cúmulo de datos? ¿Para cuándo El siguiente Picasso, El siguiente Van Gogh, El siguiente Bacon?
Afortunadamente, lo cierto es que no tenemos por qué elegir. Podemos quedarnos con los dos Rembrandts, o podemos pasar olímpicamente de ellos.
Ya en las décadas finales del cada vez más lejano siglo XX, Baudrillard acertaba plenamente cuando nos hablaba del simulacro en que se estaba convirtiendo el mundo. La gracieta (seguro que tanto Benjamin como Baudrillard se partirían de risa si vieran el predecible desarrollo de los acontecimientos), por así llamarla, es que hoy, más allá del simulacro de la obra de arte, más allá de las copias de simples objetos, de simples cosas, hemos alcanzado la capacidad de simular los propios artistas, que de esta forma se ven elevados a la nube de la inmortalidad, reducidos a cantidades ingentes de información.
De la mano de Benjamin, siguiendo el recorrido (a todas luces circular) que trazara en sus elucubraciones sobre el devenir del arte, de su origen mágico-religioso, de su sentido ritual, habríamos pasado a lo meramente estético, a la adoración de la belleza en sí misma; más tarde, una vez superada esta fase de embelesamiento, de lo meramente estético habríamos transitado, gracias a la reproducibilidad técnica y a las nuevas aspiraciones de la masa, a lo estrictamente político; ahora, cuando a nadie parece ya importarle el sentido político de nada, aunque sea uno de los pocos sentidos que pueden tener las cosas en este momento, de lo meramente político parece ser que habríamos vuelto a la esfera de lo mágico (cuánta razón tenía Clarke con su tercera ley), a la adoración, a la devoción, no ya por el objeto que antaño nos conectara con lo trascendente, no ya por la obra de arte que nos extasiara con su cruda belleza, sino a la simple veneración de la tecnicidad por sí misma, de lo más abyecto del cientifismo como moneda de cambio, de la estadística más insidiosa.
Tantos esfuerzos, tanta inversión, tanta tecnología, ¿para qué? ¿Realmente necesita el mundo otra representación de un tipo caucasiano, barbilampiño, de entre treinta y cuarenta años, vestido de riguroso negro, con golilla y sombrero, mirando a la derecha?
Buenas.
Dicen que Rembrandt pudo usar espejos para pintar sus obras.
http://hyperallergic.com/315706/evidence-mounts-that-rembrandt-used-optics-to-paint-self-portraits/?utm
¿Y?