Reig reflexionaba también, a través de Carmen, sobre la lectura: «proyectas sobre el texto la sombra de tus deseos o de tus temores, tu propia sombra que oscurece la página hasta que sólo lees lo que esperabas leer, y todo trata de ti […]. Lees lo que no está escrito».
Así uno mismo. Una vez publicado el libro Vendas para los ojos (en cuya dedicatoria se lee: «Este libro es para mi padre, que no lo podrá leer», me vi interpelado, en El olvido que seremos, por Héctor Abad Faciolince cuando declara que escribía porque sabía que su padre «hubiera gozado más que nadie al leer todas estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. […] este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra».
(Pero mucho peor fue cuando, una vez entregada Luz corriente, reconocí su escena más dramática en donde menos me lo podía esperar: una distopía apocalíptica post-McCarthy. En La constelación del perro, de Peter Heller: «Al final ya solo quería que se acabase de una vez. La almohada, me susurró. Tenía la mirada vidriosa y perdida y el cabello húmedo de sudor, y su mano en la mía resultaba terriblemente ligera, casi disecada. Y fría. La almohada. Yo había llorado. […] Por favor. Por favor». Etc.)
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