En el mismo relato, el narrador acude a una cita en un centro de arte contemporáneo y, al entrar, repara en un aspecto que suele quedar desatendido, algo que, precisamente, pone de relieve su carne: «La atmósfera de la sala huele limpia y perfumada. Es un olor que uno no encuentra en ninguna otra parte salvo en los espacios de estética industrial donde se exhibe arte, una mezcla de talco y ozono, el olor que deja el tránsito de la era industrial a la de las imágenes. Ese olor.».
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