el otro día, sorteando procesiones, me encontré a un amigo que me dijo que estaba buscando a su tía, a la que yo conocía, le dije que no la había visto mientras me fijaba en que mi amigo iba con alguien que parecía extranjero y que efectivamente era extranjero, inglés, un joven alto y rubio que se me
quedó mirando mientras yo escuchaba a mi amigo decir que llevaban un rato buscándola y que no daban con ella, que llevaban ya dos horas y no había manera, entonces el guiri dijo:
no hay tu tía,
y yo no supe si él sabía lo que había querido decir o si no lo sabía, si había sido irónico o no, si lo que había dicho, sonriente, había sido producto de un deficiente o un excelente conocimiento de nuestro idioma,
eso pasó hace unas semanas, en Semana Santa, un día que fue brumoso, dado a la pérdida, y ese hombre joven, el inglés, al que no le escuché decir nada más aquella tarde, está hoy aquí, solo, en la inauguración de la exposición de Giorgio Morandi del Centro Guerrero que ha comisariado Pedro Morales Elipe trayendo a la sala de abajo grabados y óleos y acuarelas del artista italiano, y a las dos de arriba obras de artistas españoles que tienen, en una u otra medida, cierta impronta de quien
fuera futurista y, dicen, mussoliniano, vertebrada, creo yo, la impronta digo, entre dos constantes: la
idea de objeto y la idea de veladura del objeto, las dos premisas antagónicas que hacen de Morandi un metafísico intentando conciliar la contradicción
lo corpóreo y lo etéreo, lo que está y no está, lo que es y no al mismo tiempo, el oxímoron del ser y el
no ser, del por qué y el por qué no que finiquitara Heisenberg y Planck con matemáticas abstractas y ya enunciara Hamlet en un monólogo siglos antes
-y que yo siempre me he imaginado en un escenario lleno de bruma o niebla y objetos que no se ven
o casi no se ven y que son pero que casi no son o quizá nunca fueron,
el inglés me alza las cejas en europeo occidental y yo alzo las mías también y luego miramos la arena, el siroco y todas las partículas que velan una botella hecha con acuarela de vino,
abajo veo a Paco, a María del Mar,
a Marina, que me presenta a Manolo, a Pablo, a Raquel
y arriba,
a José y a Ángeles, a Eduardo
y a Paco y a Teresa, que tiene aquí tres cuadros, veladas las lavadoras y el sofá y el colchón
les escucho hablar de galeristas
y pienso que el único intermediario del mundo del arte debería ser el espesor de la veladura
los objetos, la figuración y la abstracción de lo que tenga el mundo,
naif percepción, me doy cuenta, ante un problema complejo y concreto en un mundo hecho jirones,
como hablar de política y escuchar que hay que respetarse,
atiendo a
la exclusividad de los galeristas, la importancia de los galeristas, el talento de los galeristas, los cojones de los galeristas,
yo he conocido a alguno y he hablado hablar de muchos,
los hay con más o menos veladura, los hay cabrones y los hay grandes según la ética kantiana, epicúreos, bocachanclas, sencillotes, bigotudos, patizambos, tragaldabas, cursis, cultos, botarates, genios, malignos, cartesianos, nietzscheanos, con tableta, barrigudos, con vagina, con pene, saltimbanquis, pordioseros, asertivos, dandis, cafres, silenciosos, con pinta de no haber roto un plato, con aspecto de haberse bebido todo lo que contenía el arte de Morandi,
sesudos, picajosos, serendipistas, calculadores, manirrotos, con cara de luna (¿David Bowie era un galerista?), que masacran el Guernica y luego hacen carrera, que salen en El mapa y el territorio y se hacen ricos de ficción,
yo, que tengo cuatro cuadros SOY una galerista
¿Manolo Escobar era un galerista? ¿Lo era David Byrne? ¿O se trata solo de artistas con talento? ¿Eran compradores? ¿Especulaban con el arte, como hago yo, aunque yo no use el dinero para el fin, solo palabras y cigarrillos y miles de lagunas?
y Teresa –no yo, la pintora– está cansada pero de eso no tiene culpa el galerista, dice, y ella es buena, como artista, digo, como persona lo parece, pero no la conozco, sus cuadros son buenos,
todo lo que hay que no es de Morandi tiene algo de Morandi y algunos muchas más cosas, a lo mejor Morandi tenía algo de Cezanne porque tenía algo de Di Chirico y Di Chirico tenía algo de Cezanne, y
a lo mejor Rothko hizo un zoom sobre las botellas de Morandi porque no entendía la bruma y quería ver solo la bruma, cuando la bruma se hace bruma, cuando se posa en lo que no es bruma (pero bueno, reconozco que me gusta también la bruma aislada, a Juan Ramón Jiménez le fliparía, estoy segura, quizá más Rothko que Morandi, aunque las botellas de Morandi sean como sus nenúfares
porque adquiere verdadera significación la bruma al vertebrarla, al darle un sentido, junto al mundo
porque es del mundo de lo que se trata, no se la vaseidad de la que hablaba Platón para hacer trascendental el objeto en otro sitio («Oh, maestro, yo veo el vaso, mas no la vaseidad de la que habla», le dijo Diógenes antes de meterse en el vaso donde vivía)
vertebrar la bruma
darle esqueleto
poner un esqueleto, una botella, delante de la bruma
para ver la botella, el esqueleto
tal y como es
no la bruma,
la bruma es un lienzo
eso teniendo en cuenta la reducción, la metáfora:
el mundo es una botella,
la ciencia, el artefacto, la industria y la ebriedad, la cultura, el yo,
me voy a fumar, sí, pienso con todo mi talento,
y veo que el inglés me mira y me sonríe en europeo occidental
pero no voy a preguntarle si le gustan las botellas
prefiero sonreírle
y bajar y hacer de Granada un sitio un poco más brumoso
y en la calle veo al ya mitológico errante de la ciudad llorando por un bocadillo, lleva una chaqueta
roja igual que la de James Dean en Rebelde sin causa, la misma, y me he imaginado que Dean
estaba vivo y pedía un bocadillo a todas horas en Granada, que se los pedía en el Aliatar unas veces, otras en La Mancha,
y luego subo y hablo con Cristina, que hace fotos,
y miro bien el cuadro del comisario porque Ángeles y Paco y José y todos los que saben más que yo dicen que es la hostia
y me acerco
y es verdad
cómo hace eso
vengan a ver la vaseidad
y Paco, que es pintor, viene y miramos de cerca el cristal de Pedro Morales y me dice que no sabe si lo ha barnizado o es el óleo el que brilla
o quizá el tratamiento del lienzo
y miramos el reflejo de las luces y yo también lo miro
como si pudiera llegar a alguna conclusión
y Paco dice que no puede saberlo y yo sigo mirando el reflejo y niego con sabiduría, tampoco puedo saberlo
y el inglés se acerca y me alza otra vez las cejas
tiene cojones
(es estimulante decir tiene cojones, eso que antes enunciaba la expresión qué barbaridad y tenía más connotaciones reaccionarias, la actualización, más progresista, está igual de vacía pero denota
juventud y brío, que es en lo único que hoy en día se diferencian las ideologías,
los tiempos cambian
de dicción y tono)
a lo mejor le gusto
pero yo sigo con lo del barniz, imposible saberlo, no, a Paco la cosa le interesa y yo finjo que también y luego miro al inglés y le digo ante la imposibilidad de saber si es el barniz o el propio óleo el que brilla:
no hay tu tía,
y él dice
sí hay tu tía
estuvo en San Nicolás, la encuentramos borracha
y yo le sonrío parsimoniosamente, con burguesía y algo de flirteo secular y algo impostado, pues me gustan los extranjeros, pero con otra desinencia
y me imagino a la tía de quien el inglés y yo compartimos amistad, que está siempre en La estrella y
es mi amiga, o conocida, y la veo en San Nicolás, al margen de las flores, de los pasos, los olivos y las velas de la pasada Semana Santa, bebiendo, muy despacio, en una terraza, rodeada de botellas alargadas, suaves, delicadas, alzándole las cejas al inglés como habría hecho Diógenes a Platón cuando estaba a punto de fundar Las restricciones, cuando él y nuestro amigo la encuentraron, allí, en la veladura.
Siempre sorprendente y excitante en tus crónicas, un calco de tus obras. Para cuando un nuevo trabajo, me dejó bloqueada tu pieza Niños micaesquistos, ¡quiero más!
gracias, Andrea, sí, no tienen puntos ni mis obras escritas ni filmadas,
se quedaron bloqueadas las otras dos entregas de la videotrilogía Niños Metamórficos: Niños Pizarra y Niños Lapislázuli… a ver si puedo retomarlas pronto,
un abrazo
De veras que le gustaba este salón, a Lianne, cuando estaba arreglado al máximo, sin los juegos ni los juguetes por ahí tirados. Su madre sólo llevaba unos años viviendo en esta casa y Lianne tendía a verla con ojos de visitante, un espacio serenamente dueño de sí mismo, de manera que no importaba si resulta un poco intimidatorio. Lo que más le gustaba eran las dos naturalezas muertas de la pared norte, obras de Giorgio Morandi, pintor que su madre había estudiado y sobre el que había escrito. Eran grupos de botellas, jarras, latas de galletas, nada más, pero había algo en las pinceladas que encerraba un misterio innombrable, para Lianne, o en los bordes irregulares de los floreros y jarrones, una especie de registro interno, humano y oscuro, alejado de la luz y el color de los cuadros. Natura morta. Era como si en italiano sonase con más fuerza de la necesaria, algo de mal agüero, incluso, pero de estas cosas nunca había hablado con su madre. Que los significados latentes se revuelvan y se retuerzan al viento, libres de toda observación autoritaria.
Don Delillo, El hombre del salto.