Un día que estaba encerrado oyó a una visita que conversaba fuera con el compañero. Susurraban como si estuvieran hablando de un enfermo.
-¡Ahora, además, pinta! – dijo el amigo con un tono de gran abatimiento.
August Strindberg, El hijo de la sierva (1872), traducción de Carmen Montes Cano
La exposición Cabañas para pensar comisariada por Alberto Ruiz de Samaniego, y que pudimos disfrutar hace poco tiempo en el Centro José Guerrero, además de incluir cabañas de músicos, escritores y filósofos, reflejaba a “el dramaturgo August Strindberg” en su manía de aislarse en su cabaña de la isla de Kymmendö. La intensidad y la radicalidad de la producción dramatúrgica de Strindberg sin duda justificarían su inclusión en la exposición; pero es sintomático que en un centro de arte se pasen por alto los logros de Strindberg en el campo de la plástica para incluirlo etiquetado como “dramaturgo”.
En el libro Strindberg. Escritor, pintor y fotógrafo, que acaba de salir a la luz bajo el sello Nórdica Libros, Carmen Montes Cano y yo mismo luchamos para convencer, por diversas vías, al lector de que la falta de reconocimiento a la labor pictórica y fotográfica de Strindberg se debe a un exceso en la precocidad de sus planteamientos artísticos con respecto a las vanguardias, cuya versión ‘oficial’ se vería muy desdibujada por un personaje tan complejo e inclasificable.
Strindberg comenzó a pintar en la década del 1870 como respuesta a alguna de sus múltiples crisis personales y profesionales, dando pie a una dolorosa rutina que repetiría a lo largo del resto de su existencia. Como es lógico en una persona formada en pleno siglo XIX, su punto de partida pictórico era el de una postura cercana al Romanticismo, en el que intenta cargar a la representación paisajística de simbolismo y subjetivismo, o como diría Delacroix de “la libre manifestación de las impresiones personales”; una intención que radicaliza en tal extremo que acaba tocando con la punta de los dedos algunos de los fenómenos vanguardistas de la plástica de la segunda mitad del siglo XX.
La primera reacción que uno tiene al observar la pintura La noche de los celos del 1893, es pensar que no puede ser del 1893; sus dinámicos espatulazos de colores a veces sin mezclar nos hablan de Expresionismo Abstracto, de Jackson Pollock, cuando no de derivados mucho más recientes como las pinturas de Anselm Kiefer. Entre los logros de Jackson Pollock y, en menor medida, otros miembros de la Escuela de Nueva York, figura el de haber superado los límites de la pintura surrealista para lograr una especie de equivalente pictórico al surrealismo literario; un modo de expresión que brota directamente del subconsciente y se plasma en el lienzo como un registro de lo que éste contiene, nunca como una ilustración.
Andre Breton daba las siguientes instrucciones en el Primer Manifiesto Surrealista, publicado en 1924:
“ […] Entrad en el estado más pasivo, o receptivo, de que seáis capaces. Prescindid de vuestro genio, de vuestro talento, y del genio y el talento de los demás. Decíos hasta empaparos de ello que la literatura es uno de los más tristes caminos que llevan a todas partes. Escribid deprisa, sin tema preconcebido, escribid lo suficientemente deprisa para no poder refrenaros, y para no tener la tentación de leer lo escrito…”
Es cierto que la manera de trabajar de Pollock, como quedó registrada en las fotografías y la posterior filmación de Hans Namuth, tiene mucho que ver con las indicaciones de Breton – tanto como poco tienen que ver con ellas las pinturas del movimiento surrealista -, pero también lo es que sus primeras ‘drip paintings’ son del 1947, más de veinte años después de la publicación del Manifiesto; La noche de los celos es del 1893.
Strindberg no tuvo su Hans Namuth, pero observando sus pinturas más gestuales y leyendo sus textos no podemos más que imaginarle en su cabaña, dando salida al subconsciente en una impresionante muestra de lo que un siglo más tarde se llamaría ‘performance’, aquello que según nos han contado fraguó a partir de las imágenes de Pollock en acción.
Sirvan como otro botón de muestra de la radicalidad y precocidad de Strindberg como creador visual sus celestografías; fotografías realizadas sin lentes ni cámara con las que pretendía captar la imagen del cielo nocturno. Strindberg desconfiaba de todo aquello que pudiera interferir en la pureza y la verdad de la fotografía, medio al que atribuía capacidades de captación que van mucho más allá de las limitaciones que luego ha demostrado tener, y utilizaba el papel emulsionado sin más, depositándolo en el suelo durante la noche. Los resultados, que tienen un aspecto muy similar al de algunas imágenes recientes de galaxias distantes obtenidas con tecnologías avanzadas, son producto, no de la luz de las estrellas, sino de las impurezas depositadas sobre el papel durante la noche y las reacciones químicas resultantes de su maltrato.
Strindberg llevó a cabo sus celestografías preso de un furor científico que le llevaría al convencimiento de que estaba llamado a cambiar la faz del saber científico para siempre. Esta revolución científica no se produjo y sus logros fraguarían en el campo de la expresión visual, un campo en el que se adelantó en exceso para ser tenido en cuenta. Las celestografías fácilmente podrían ser obras de un artista de nuestro tiempo, en el que aplicar métodos científicos al proceso artístico se ha convertido en una vía válida y reconocida.
El siete de marzo de 2008 se publicó en medios de diferentes países la noticia de que la policía de Estocolmo había recuperado en una redada antidroga la pintura La noche de los celos que había sido robada del Museo Strindberg de Estocolmo dos años antes. La policía informó de que los drogadictos que habían sustraído la obra no habían hecho intento alguno de venderla, y que desconocían su valor monetario; el robo había sido improvisado y motivado simplemente por la pasión por estar en contacto con la obra.
Quizás sea ésta la mejor metáfora de lo que significa la obra plástica de Strindberg para la sensibilidad estética posterior a las vanguardias.
¡Qué buena pinta tiene el librol! Y, sin duda, tanto las «Celestrografías» como «La noche de los celos» son una gozada. Lo que no veo claro es la necesidad de mostrar a esta última como una «anticipación». Al final el «telos» se nos cuela por la chimenea y, por más que no queramos rendir cuentas a los modos historiográficos, terminamos elaborando una narrativa, aunque sea esa narrativa lineal que -como suele ocurrir- empieza siempre por el final: la que lleva de Strindberg a Pollock o, mejor dicho, la que relee a Strindberg en clave Pollock. Quizá el asunto esté menos en que Strindberg anticipaba que en el hecho de que en realidad Pollock no innovaba tanto. En efecto, a Breton se le hizo una buena digestión «post World-War II» que dejó al surrealismo a medio camino entre la performance y los grandes lienzos decorativos, depurándolo de todas esas cosas que el surrealismo también incorporaba y que implicaban desembarazarse de las totalidades naturales románticas: por eso en el surrealismo cabían a la vez Magritte, Dalí, Ernst, el objetualismo de raíz duchampiana y las personas que súbitamente se convierten en maniquíes…. La tradición de la gestualidad como expresión libre en oposición a la retórica académica (y habría, pero esto es otra cosa, que ver en qué medida Pollock no respetaba esa retórica…) era en realidad más antigua, como atestigua la ideología decimonónica del «non-fini» (básicamente, lo que los críticos de la época oponían a un «tableau», es decir, los «esquisses» y los «ébauches», y que de Delacroix en adelante acompañó al desarrollo del arte moderno). Lo de Strindberg es una maravilla, pero despierta mi curiosidad más por el título directamente relacionado con lo psicológico que por la factura. Pongo esto entero, pero piensa en la posibilidad de mostrar sólo un fragmento….: http://uploads8.wikipaintings.org/images/gustave-courbet/the-wave-1866.jpg En fin, ¡a ver si me compro el libro pronto!
Hola: me alegra saber de la edición de este libro sobre Strindberg pero, en honor a la verdad, para publicitar el volumen no era necesario faltar a la verdad estricta en lo que respecta a la exposición de Cabañas para pensar, de la que he sido comisario. En los textos de sala que incluíamos en la muestra se especificaba – al igual que en el catálogo- la práctica como pintor de Strindberg. De hecho, el texto en sala sobre la cabaña de este autor comenzaba de la siguiente manera: «August Strindberg (1849-1912) empezó a pintar del natural en verano de 1872 en la cabaña de Kymmendö, en el Stockholm Archipelago, un lugar que visitó a lo largo de su vida.» Siempre hemos tenido en cuenta la actividad plástica – tanto pintor como fotógrafo- de Strindberg, sobre la que, además, organizamos en el propio centro Guerrero una conferencia, dentro de las actividades organizadas para la muestra.
Saludos
alberto ruiz de samaniego
Estimado Alberto,
En mi defensa decir que en el historial de exposiciones del Guerrero consta como que la exposición incluye a «el dramaturgo August Strindberg»:
http://www.centroguerrero.org/index.php/Cabanas_para_pensar/987/0/?&L=edwwbvgjgnpkw
Aunque admito haber sido algo perverso a la hora de seleccionar, ya que soy plenamente consciente de que, como dices, es cierto que en la hoja de sala se hacía referencia a la actividad pictórica de Strindberg, y que en la excelente conferencia que hubo a cargo de Miguel Ángel Ramos se habló de dicha actividad y se proyectaron imágenes de algunas de sus pinturas.
Tuve dudas sobre el primer párrafo de lo que he escrito, y al final decidí dejarlo como estaba con idea de que cumpliera su función como el viejo truco de intentar hacer saltar a alguien para crear algo de polémica, o al menos debate. Espero que mi media verdad no te haya ofendido, y si es así te pido disculpas.
Un saludo
Muchas gracias, Gabriel, por tus comentarios.
Sinceramente no creo que sea la misma cosa la pintura de Courbet que propones y «La noche de los celos» . «La Ola» ilustra ese hilo que lleva del Realismo al Impresionismo, pero no veo que vaya mucho más allá. El uso de la brocha es quizás sorprendentemente romo para su momento, pero no sugiere un uso ‘gestual’ -o de ‘acción’- que lo ponga en relación con los presupuestos del Surrealismo y la pintura posterior a la II Guerra Mundial. Sus calidades pictóricas se explicarían más bien por el carácter de obra menor que tiene el lienzo, y el interés que empezaban a tener pintores de su época por trabajar ‘alla-prima’, pero orientado a captar lo efímero de unas condiciones lumínicas o meteorológicas concretas, no la creación de un medio propicio para la exteriorización del subconsciente.
Para Strindberg los géneros del paisaje y la marina eran una mera excusa para plasmar sus estados interiores, como queda reflejado en la nota que hay en el reverso de «La noche de los celos», en el que afirma que la pintura representa…. pues eso, «una noche de celos».
Se podrían buscar muchas más referencias escritas por el propio Strindberg para argumentar la radicalidad de sus intenciones, y su posible aplicación a sus pinturas, pero tengo el máximo interés en analizar, en la medida de lo posible, el arte desde su observación, y me confunde que afirmes ante esta pintura que «despierta mi curiosidad más por el título directamente relacionado con lo psicológico que por la factura».
Gracias, Simon. El caso es que suscribo lo que dices, sólo que no veo que esté tan lejos de lo que yo comentaba más arriba. Claro que no son la misma cosa. En Courbet el gesto (de cuya emancipación ya se habla explícitamente desde los años 30 del siglo XIX) está al servicio de la vocación realista (mostrando, de paso, que realismo e impresionismo provienen de una misma matriz), mientras que en Strindberg está al servicio de la introspección psicológica -nada extraño, por otra parte, en el entorno del simbolismo fin de siglo y en alguien tan cercano a Munch. Si te he leído bien, esto es lo que dices y estoy de acuerdo.
Lo que yo sostengo es, simplemente, que la emancipación del gesto (que se debe también, ojo, a transformaciones en el modo de enseñar en la Academia) es una de las líneas de fuerza de la pintura del siglo XIX. Si lo quieres formular así: que el arco a trazar es mayor que el que une a Pollock con Strindberg. O, de otro modo: que Pollock, como por cierto Rosenberg y Greenberg en la crítica, tiene en este sentido algo de decimonónico. Lo de Strinderg se parece menos a Breton, a quien por cierto costó horrores aceptar que la escritura automática pudiese trasladarse a la pintura, cosa que hizo solamente cuatro años después del primer manifiesto (lo que tiene sentido incluso al margen de Breton: el brochazo sin intención, que es la huella de un gesto, por sí mismo no significa nada, pero las palabras y los lexemas, cosas del lenguaje verbal, sí que lo hacen, de manera que las asociaciones siempre producen sentido; de ahí que hubiese más figuración surrealista al margen del automatismo) que a Schopenhauer, donde hay una especie de inconsciente «avant la lettre» e incluso «libre asociación», pero todo dentro de una metafísica del «yo» que poco tiene que ver con la práctica del trato con la histeria que abrió las puertas al psiconanálisis. Y, desde luego, lo de Pollock se parece en buena medida más a toda esta problemática decimonónica que al cine de Buñuel. ¿Cómo narices iba si no a ser posible que Greenberg fuese el gran defensor de Pollock al tiempo que consideraba al surrealismo como algo exterior y ajeno al desarrollo autónomo de la pintura moderna?
Totalmente de acuerdo Gabriel.
En ese caso estamos diciendo lo mismo, solo que mucho mejor explicado de tu parte que de la mía. El manejo suelto e impreciso de la brocha de Courbet en esa pintura, puestos a hurgar, proviene de Velázquez, pasa por Turner, y tiene su finalidad última en lograr la ‘impresión’ lumínica y ambiental que da sentido al Impresionismo.
También en que Pollock viene a culminar esa «libre manifestación de las impresiones personales» que diría Delacroix y que es la esencia del Romanticismo.
Cuando te he escrito antes no tenía a mano la cita del reverso de «La noche de los celos» que cito en el prólogo del libro. Te la pongo ahora:
«Para la Señorita Frida Uhl del artista (el simbolista August Strindberg). La pintura representa el mar (abajo derecha), nubes (arriba), un acantilado (a la izquierda), un enebro (arriba a la izquierda), y simboliza: una noche de celos»
Me ha entrado mucha curiosidad de leer este libro!!!
A Gabriel y Simón os quiero agradecer enoemente vuestros comentarios a la obra de Stindberg.
Recien he iniciado un trabajo personal que me ha llevado a Stindberg como referencia y vuestros comentarios me han sido de gran ayuda y esclaredidores. Grácias de nuevo.
Esclarecedores queria decir.
¡Un placer Eduard! Me alegra que tus indagaciones te hayan llevado a Strindberg, aunque tiene el peligro de que quedes enganchado con el personaje, a mi se me mete en los sueños y aparece por todas partes.
Por cierto, en El Cultural de esta semana hay una crítica del libro.
Un saludo
Por supuesto que estoy feliz de saber que ya existe un libro sobre la extraordinaria e inusitadamente adelantada obra pictórica del enorme dramaturgo. Mi problema es que ya me quedé sin el proyecto que venía acariciando desde hace años: escribir el «primer» libro sobre Strindberg pintor. Y por lo que veo, nadie podrá superar en lucidez y profesionalismo a los autores de este excelente material. Lo único que me queda es comprar a toda costa el libro de Montes Cano y Zabell. Felicitaciones desde México.
(ahora voy a investigar si ya se ha escrito sobre Antonin Artaud dibujante).