Texto de David Cano publicado originalmente en Notodo.com. Acceso al artículo en el siguiente link.
El ejercicio del ensayo en el contexto de lo museístico facilita una gimnasia intelectual necesaria desde que la museología quiere trascender el ámbito de un recorrido endeble o inofensivo, en tanto que historicista, plano o estricta y meramente expositivo. Afortunadamente y para el desarrollo de lo que delimita el gran cubo blanco, su lugar debe ser, de por sí, crítico e interrogativo. Plantear preguntas que esbozan respuestas a completar por el que mira es su responsabilidad y su último cometido. Susurrar resortes magmáticos que estimulen esa nueva mirada hacen que el simple hecho de acotarse en el museo, llame comparecientes a las claves discursivas que dotan y significan, dirigiendo, el despertar inequívoco y fascinante del sentido. En una nueva lógica que hace de sus contornos un dispositivo que resignifica el objeto expuesto para abordarlo libre de automatismos cognitivos. La museología por eso cada día se enriquece a través de planteamientos valientes y sugestivos que nos ayudan no sólo a posar los ojos sobre superficies especulares, sino a atravesarlas, a tejerlas, a relacionarlas, a pensarlas y conjugarlas en una nueva gramática que articula las conexiones y ejercita lecturas nuevas, sorprendentes, reveladoras, agudizando el lenguaje, desvelando el secreto, procurando el tino. Si el museo ya ha sido escenario de exposiciones sobre cine donde es el autor el artista y sobre el cual el planteamiento gira, desde Granada se propone un modelo distinto en cuanto que el museo propugna desde sus confines críticos, el análisis de la imagen, que es ahora la que plantea el interrogante como protagonista, como principio y fin en sí misma, aunque provenga de dos artistas inenarrablemente conspicuos. La exposición que el Centro José Guerrero presenta desde el pasado 14 de abril y hasta llegada la segunda semana de julio, invita al visitante a pensar en sus tres plantas proveyéndole de herramientas audiovisuales para que localice esos atisbos concordantes y logre desentramar la magia que se propone casi en la forma de hechizo. Escenas fantasmáticas.Un diálogo secreto entre Alfred Hitchcock y Luis Buñuel, lleva por título.
Desde la enunciación con la que Jesús González Requena (investigador y artífice de estas piezas audiovisuales) y Francsico Baena (comisario de la exposición) bautizan este singular proyecto expositivo compuesto de veinte audiovisuales en la forma de collages comparativo-asociativos en tres capítulos diferenciados que convocan desde un tema central a uno nuclear y decisivo, y de un libro que cataloga un trabajo de investigación sobre estos vestigios hallados, latentes, precisos; el espectador queda obnubilado, seducido, por un ensayo lúcido y elocuente sobre la plática subyacente del cine de estos dos mitos. Responsables de gran parte de la cultura icónica derivada del lenguaje cinematográfico como dos de sus grandes maestros, las resonancias evocativas que comparten influyentes los cineastas de uno a otro y del otro al uno, son en esta exposición comisariada por Francisco Baena, sometidas a un pensamiento analítico, debidamente pronunciado y esgrimido desde la teoría del texto, el análisis fílmico, la teoría de la cultura y una aproximación lacaniana y simbólica que evidencia esos contagios que emergen como fantasmas en sus distintos recorridos. Y que es en la depuración más esencial de su estilo donde más se manifiestan esos signos identificativos. Si además estamos hablando de dos de los directores más importantes del siglo pasado y dos de los más grandes hábiles productores de imágenes de una pregnancia significativa en la cultura contemporánea, estamos hablando también de algunos de los presupuestos más potentes en la conformación no sólo plástica e icónica de imágenes que a todos nos vagan errantes. Y de dos de los artistas que, con más contundencia, se han instalado con sus imágenes y sus fantasmas en el inconsciente del imaginario colectivo y que han contribuido a la definición de la cultura contemporánea entendida hoy como ellos la propusieron para millones de espectadores que, sabiendo verlas o no, las hemos visto.
Cualquiera que haya tenido el privilegio de asistir como alumno o como simple oyente al seminario que desde hace años funciona como laboratorio activo del desenmascaramiento de la cultura icónica contemporánea a través de las exposiciones, metodologías y análisis fílmicos del profesor Jesús González Requena, y sé lo que me digo, entenderá que con esta muestra, sometida al paréntesis suspensivo y fructífero del cotexto de lo museístico, está ante uno de los productos culturales, analíticos o ensayísticos más interesantes que en una caja blanca se hayan visto. Se deposita así el mantenimiento sostenido de la posibilidad de la verdad de un enunciado y un discurso que es capaz de remover el intelecto, al tiempo que revuelve lo más visceral, pues no sólo da acceso al razonamiento del complejo entramado intertextual y discursivo (entre estos dos autores y sus textos fílmicos), sino que nos enfrenta al escozor de la epifanía de lo real y nos sitúa en un lugar donde encontrar, fascinados, si no la respuesta única e incontestable (inexistente en el terreno de lo humano), sí una que se aproxima lúcidamente e invita al individuo a dilucidar conscientemente aquello que bombea con fuerza desde el inconsciente y que se asemeja, a fin de cuentas, a un análisis de la cultura continuo. Un espacio que incita al sobrecogimiento cognitivo e impresivo y que, con cierta intimidación y desafío, en tanto que desmiente y adivina, asalta el deslumbramiento reflexivo.
En las exactas palabras de su comisario se trata, en esta exposición, de confrontar esas dos obras mayores del arte del siglo XX. De confrontarlas en profundidad: haciendo aflorar sus puntos de encuentro, atendiendo y haciendo visible el modo en que se escucharon mutuamente y dialogaron entre sí a lo largo de su siglo, al que poblaron de obras a la vez oscuras y deslumbrantes. Y también, en esa misma medida, de proseguirlas por la inesperada vía de su mutuo atravesamiento. Pues si entre sí se escucharon tan íntima, profunda y silenciosamente como se mostrará, si cada uno en su propio trabajo acusó la huella y la deuda debida a la contemplación de la obra del otro, eso mismo lo sintió Jesús González Requena como una invitación a prolongar -no diremos a completar pues nada será nunca “completo” en el campo de lo humano- y así a contribuir, por la vía del collage y la edición digital, a llevar, siquiera un par de pasos más adelante, ese diálogo, que fue también el diálogo del siglo.
Ya es hora de analizar las imágenes desde las imágenes, como dice el profesor, desde las propias imágenes, pronunciándolas, deletreándolas, desnudándolas, haciéndolas hablar, desgranando la carga de un pensamiento característicamente visual, diseccionándolas, atravesándolas y señalar en el trabajo de estos dos cineastas, los contextos y experiencias compartidas, la influencia (reconocida en ellos o no, pues así asentía Hitchcock y negabaBuñuel) retroalimentada de ambos directores, en ambas direcciones, que no sólo se inclinaban al misterio del suspense y al ejercicio surreal y sub-real, sino también a las puestas en escena de sumos parecidos. Esas semejanzas, si no constructos simbólicos de nuestra cultura icónica e iconográfica en cuanto a lo mítico que se desprende de estos dos tótemes de la cultura audiovisual y su derivación iconófila, se repasan detenidamente en una iconofagia que nutre y establece la naturaleza de esa cultura audiovisual que bulle como un poso sintagmático, subjetivo, intersubjetivo, entre los dos directores y del que es ahora el visitante partícipe al deliberar el paralelismo en el análisis secuencial de su cine.
Así encontramos toda una serie de coincidencias que superan lo escénico y lo técnico en increíbles demostraciones del mimetismo estético del español y el británico que exceden el hábitat de escenarios similares, encuadres prácticamente idénticos y representaciones y diálogos que no sólo subyacían entre los dos, sino que se hacían patentes en los personajes de sus textos. Pero, además, y es donde mayor interés tiene esa otra parte del proyecto expositivo, que es el imprescindible catálogo de la muestra como hipótesis, se notan esas marcas y vestigios definitorios de universos simbólicos comunes que no sólo traducían en sus películas con el volcado de su expresión patológica, en cuanto a lo inconsciente y a lo fantasmático que de los dos emergía, se imponía, sino que elaboran y vierten una sintomatología vedada, pero expresiva y representada, estructuralista, que explicita el latir del mundo contemporáneo que, desde esas imágenes y siempre flotante y procedente, ya se convierte en exploración antropológica, mítica y mitológica del ser humano como ente imaginario transportador de lo simbólico en la cultura como la entendemos, significativa. Especialmente si tenemos en cuenta que la recepción de una película es inconsciente, al margen de lo esencial que en estas imágenes sucede, y que por eso tras la experiencia ritualizada de una sesión de cine, al espectador le urge como necesario atrapar, extraer, recuperar, regurgitar y manipular esas imágenes trayéndolas a una parte consciente que termine, si acaso, de controlarlas y, en el mejor de los casos, de entenderlas.
Desde Rebecca a L’Age d’Or y analizando pormenorizadamente los destellos de un deseo prohibido en secuencias de imágenes prácticamente idénticas, Jesús González Requena pregunta a las imágenes, con las imágenes, desde las imágenes, obteniendo análisis magistrales que atraviesan convenciones estilísticas y en las que una cama matrimonial se convierte en el horizonte del anhelo, en altar sacralizante, mientras el hombre en ambos textos, convocado al encuentro y en el ejercicio de su dandismo, será incapaz de satisfacer plenamente el deseo de su amante depredadora, que hace de ella la nueva reina en la lógica contemporánea de reinado matriarcal y que hacen del trabajo más creativo y culminante de ambos autores, una manifestación del retorno de una diosa arcaica que va emergiendo predominante en el arte del siglo XX (que ya se reconociera en las vanguardias y a posteriori como motivación bélica de grandes holocaustos que no son sino la aniquilación por la madre patria). También se establecen paralelismos en Ensayo de un crimen y Los pájaros, en secuencias formalmente casi idénticas entre Archibaldo y Melanie, cuando no son exactamente iguales cuando ella es atacada por el pájaro y en su dedo emana la sangre de su herida o cuando se encuadra también el índice de él y la sangre emana interrogando nuevamente el por qué de la herida que no es únicamente física, sino que deviene trascendente.
Otros paralelismo contagiosos de un mismo fatum entre Rebecca y Una mujer sin amor, siguen poniendo de manifiesto esas concomitancias cada vez más evidentes en lo plástico y escenográfico, en los núcleos de los relatos que hechizan y en la formalidad tan increíblemente asociada, impresionantemente revelada para el pasmo, de su cine. L’Age d’Or y Psycho, Susana y Pánico en escena, Cet obscur objet du désir y Vértigo, Ensayo de un crimen y Psycho, Sabotaje y L’Age d’Or, Le Chien Andalou y Sabotaje (con resonancias de El acorazado Potemkin de Eisenstein, como veremos, también de otras películas, como El gabinete del Doctor Caligari u otros textos artísticos, como los de Dalí, con quien ambos directores colaboraron), Le Chien Andalou y Vértigo,Abismos de Pasión y Vértigo, Spellbound y Ensayo de un crimen, Spellbound y Le Chien Andalou,Spellbound y Él, Belle de Jour y Dial M for murder, Belle de Jour y Los pájaros, Viridiana y Los pájaros, Ély Vértigo, entre otras asimilaciones, donde la estructura narrativa, la puesta en escena y lo simbólico palpita con la misma pontencia en un diálogo común entre Luis Buñuel y Alfred Hitchcock donde este mantenimiento de los universos simbólicos, de fantasmagoría común en lugares, encuadres, escenas, secuencias, representaciones, diálogos, objetos mágicos, deseos y posiciones, se hace absolutamente evidente. Donde se formulan una serie de preguntas para las que el trabajo de González Requena da una respuesta que es terreno fértil del análisis intertextual, de la teoría del texto, estructural, de la teoría del cuento, narrativo, mitológico, semiótico, totémico, psicoanalítico, mágico y, sobre todo, productivo. Un regalo inteligente y apasionado, visionario, para un nuevo marco expositivo. Para el que quiera sobrepasar el umbral y visibilizar lo errático desde el sentido.
[slideshow id=1]
Deja una respuesta