Uno de los proyectos fundamentales para plantear un modelo de comisariado cercano a la investigación y distante a la demanda del mercado de cierto tipo de artistas del sur en el norte es el representado por Catherine David y su proyecto Representaciones árabes contemporáneas. Dentro de este proyecto, en el que participaron instituciones como el Witte de With, la Fundació Tàpies, y UNIA Arte y Pensamiento, se desarrolló Tamáss II. El Cairo en el Centro Guerrero (2004), exposición, plataforma de discusión y estudio contextual con la participación de artistas, teóricos y sociólogos. Tamáss, en este sentido, significa línea de contacto físico o línea de frontera, un caso claro de comisario como aquel que posibilita el discurso, en lugar de quien lo constituye. Posteo esta entrevista a Catherine, realizada en La Nación y vista aquí, en la que vuelve a retomar Representaciones Árabes:
¿Cómo nació Representaciones árabes contemporáneas ?
Después de la Documenta creamos un proyecto para mapear las culturas contemporáneas árabes intentado poner en su propio contexto, la sociedad, la historia, varias expresiones, la cultura audiovisual, el cine, la ideología para llegar a una plataforma crítica. Partimos del hecho que en las culturas del mundo árabe hay una tendencia a valorar el pasado. Y hay un desfasaje en la percepción de las culturas de esas sociedades. Después del 11 de septiembre de 2001, muchas cosas se han agravado. Asistimos hoy a una simplificación, a una estigmatización del mundo árabe, asociando lo árabe a islamismo, a terrorismo y eso es muy complicado. Es muy difícil responder con matices a tanta simplificación.
¿En ese escenario, qué puede aportar el arte?
Tenemos un desconocimiento abismal de la modernidad árabe y eso se debe a varios factores, como la colonización, la mala circulación de información, y a que la mayoría de esas sociedades carecen de espacio público para la difusión de ideas. Eso condujo a algunas obras importantes, pero se quedan en cicuitos muy limitados en el mundo árabe. Lo que podemos decir es que lo que aparece en y a través de los textos de los artistas contemporáneos es más complejo de lo que recogen los medios.
¿Con el exilio de tantos intelectuales cómo pueden reconstruirse los países destruidos por la guerra en el mundo árabe?
Hay un fenómeno común, pero con matices respecto de todas estas sociedades. El hecho de que muchos intelectuales estén fuera y con situaciones muy diversas en cuanto a su inserción en las culturas occidentales no ayuda a las reformas dentro de los propios países. Podemos hablar de culturas en tensión.
¿Cómo analiza usted esa paradoja posmoderna de rescate de la memoria y, a su vez, de destrucción de la memoria?
Para mí no es posmodernidad. Lo moderno es lo suficientemente paradójico y complejo como para seguir todavía. A mi juicio la modernidad no terminó. Seguimos en un momento moderno conflictivo y problemático. Además, está el problema de la memoria, de las raíces, que se afirma cuanto más un sujeto es fragilizado en su proceso identitario. Vuelve más a edades de oro, cuando sabemos que la edad de oro es una invención. La vuelta al pasado, radical y en ciertas versiones violentas, tiene que ver con lo que un sociólogo tunecino llama «proceso de legitimación genealógica», que es el momento en que todos los valores de una cultura se ven afectadas por coeficientes negativos. Las raíces, la identidad, son ficciones. A menudo, son fantasías muy peligrosas. El problema no es la identidad, porque no creo en ello. Creo en procesos de identificación que a lo largo de la vida un sujeto atraviesa. Son procesos más o menos dolorosos, más o menos peligrosos, más o menos agradables. La identidad se adquiere cuando uno muere. Y también tiene que ver con el espacio que el sujeto tiene en una clase social.
¿Cuáles son a su juicio las instituciones culturales que mejor trabajan estas cuestiones?
Veo cómo se organiza el museo y su organización tiene muchas limitaciones, que tienen que ver con la selección de los corpus, el énfasis en los objetos, cuando hay en juego otras dinámicas y procesos. Creo que el tema principal es identificar dónde están los espacios para que se debatan esas propuestas complejas que no están forzosamente articuladas alrededor de un objeto. Cuando el mercado es tan poderoso, eso afecta más a las artes visuales que a otras disciplinas, porque el arte se convierte en un material de inversión, de representación simbólica de distinción y de lifestyle. Me pregunto dónde están esos espacios donde se pueda organizar el encuentro entre las propuestas más radicales y desafiantes para públicos contemporáneos. Hace más de 10 años trabajo con instituciones y por mi experiencia creo que la institucionalización de una práctica es la respuesta. Me interesa saber dónde y cómo puedo trabajar de manera seria con la cultura, y eso no tiene nada que ver con la publicidad y el glamour. Y me interesa mucho el proceso de pictorialización del mundo. En Documenta tuvimos una cantidad de imágenes muy poderosas, pese a que las críticas nos señalaban por lo contrario.
¿Cómo analiza usted esa paradoja posmoderna de rescate de la memoria y, a su vez, de destrucción de la memoria?
Para mí no es posmodernidad. Lo moderno es lo suficientemente paradójico y complejo como para seguir todavía. A mi juicio la modernidad no terminó. Seguimos en un momento moderno conflictivo y problemático. Además, está el problema de la memoria, de las raíces, que se afirma cuanto más un sujeto es fragilizado en su proceso identitario. Vuelve más a edades de oro, cuando sabemos que la edad de oro es una invención. La vuelta al pasado, radical y en ciertas versiones violentas, tiene que ver con lo que un sociólogo tunecino llama «proceso de legitimación genealógica», que es el momento en que todos los valores de una cultura se ven afectadas por coeficientes negativos. Las raíces, la identidad, son ficciones. A menudo, son fantasías muy peligrosas. El problema no es la identidad, porque no creo en ello. Creo en procesos de identificación que a lo largo de la vida un sujeto atraviesa. Son procesos más o menos dolorosos, más o menos peligrosos, más o menos agradables. La identidad se adquiere cuando uno muere. Y también tiene que ver con el espacio que el sujeto tiene en una clase social.
¿Cuáles son a su juicio las instituciones culturales que mejor trabajan estas cuestiones?
Veo cómo se organiza el museo y su organización tiene muchas limitaciones, que tienen que ver con la selección de los corpus, el énfasis en los objetos, cuando hay en juego otras dinámicas y procesos. Creo que el tema principal es identificar dónde están los espacios para que se debatan esas propuestas complejas que no están forzosamente articuladas alrededor de un objeto. Cuando el mercado es tan poderoso, eso afecta más a las artes visuales que a otras disciplinas, porque el arte se convierte en un material de inversión, de representación simbólica de distinción y de lifestyle. Me pregunto dónde están esos espacios donde se pueda organizar el encuentro entre las propuestas más radicales y desafiantes para públicos contemporáneos. Hace más de 10 años trabajo con instituciones y por mi experiencia creo que la institucionalización de una práctica es la respuesta. Me interesa saber dónde y cómo puedo trabajar de manera seria con la cultura, y eso no tiene nada que ver con la publicidad y el glamour. Y me interesa mucho el proceso de pictorialización del mundo. En Documenta tuvimos una cantidad de imágenes muy poderosas, pese a que las críticas nos señalaban por lo contrario.
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