La crítica puede recorrer varios caminos, pero a día de hoy podríamos, excluyendo bastantes matices, sintetizarlos en dos. De un lado, una crítica teórica, distanciada, analítica y específica, más cercana a la investigación académica que a la urgencia de la prensa. De otro, una crítica más libre, transversal, narrativa y desestructurada. Más literaria, si así se prefiere. En mi opinión, Estrella de Diego es una de las que mejor representa esta segunda posición, que siempre es un placer leer y en la que, a menudo, el texto es un camino por explorar, en el que nunca sabes muy bien con qué te vas a encontrar. El pasado sábado me llevé la sorpresa de hallar Lugares Comunes y el trabajo de Javier Téllez en su columna de Babelia, en un cruce de referencias inesperado:
Hace años, en plena guerra de los Balcanes, un diario norteamericano publicaba un testimonio extrañamente conmovedor. Para hablar de la pérdida de lo cotidiano, su autor iba trazando un paseo por los edificios emblemáticos del centro -correos, el banco central, el museo, un lugar de culto, el parque…-. Hasta aquel instante habían configurado la anatomía histórica y cultural de los habitantes, sin embargo, la guerra los convertía en dianas estratégicas en espera de ser bombardeadas. Desde entonces las cosas nunca volverían a ser como antes, al menos para los que estuvieron y vieron: cada edificio destacado en el perfil de la ciudad se fragilizaría o, peor aún, se erguiría amenazador sobre la inesperada fragilidad de los habitantes. Aquel testimonio travestido de recorrido turístico tenía la carga potentísima que arrastra el testigo, aunque en su valor mismo de primera mano terminaba por apelar a un discurso universal y, por lo tanto, extrapolable a cualquier ciudad y cualquier época. A partir de aquel testimonio las cosas no volvieron a ser lo mismo en las ciudades de quienes leyeron aquella carta. Cada edificio emblemático se volvió amenazante…
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