A partir del próximo viernes estaremos en Baeza, intentando aprender de las reflexiones de Benjamin Buchloh, Martin Jay, Mieke Bal o tantos otros sobre cuestiones como la teatralidad del espacio de exposición, el modelo de cubo blanco frente a la caja negra o la representación de la alteridad y lo subalterno en un circuito tan unidireccional como el de exposiciones de arte contemporáneo (casi siempre de norte a sur o de centro a periferia, pero nunca a la inversa, Gerardo Mosquera decía ya que existen culturas curadas y culturas curadoras). Llama la atención, sin embargo, la ausencia de la discusión arquitectónica en este seminario. ¿Acaso no existen diferencias entre los museos de arte contemporáneo de nueva planta y los creados hace unas décadas, cuando aún existía la creencia de que la historia oficial del arte del siglo XX podía, sin ser variada, ser contada por varios centros? Este siglo es el siglo de Rothko o Bacon, pero también el de Luis Fernández o Barjola, decía en alguna ocasión un transitorio, y optimista, director del Reina Sofía. Rosalind Krauss sostenía al respecto que, mientras que el museo de arte moderno utiliza las salas en enfilade, consecutivas, como capítulos en un libro, y el muro como principal eje del discurso, el museo postmoderno privilegia las vistas, el espacio y el encuentro causal, transformándose prácticamente en un mercado callejero. Krauss utilizaba al respecto la comparación entre el MKM de Hans Hollein y el ubicuo MoMA.
Valdría la pena leer con esta comparación en mente las reseñas de dos centros inaugurados recientemente: el MOCAD de Detroit y el ICA de Boston. Mientras las reseñas del segundo resaltan la tactilidad o una experiencia singular, las del primero han decidido destacar al museo por lo que de veras ha decidido prescindir, ya que carece de guardas de seguridad, de tienda de regalos, de restaurante, de multitudes, de sillas de diseño, de audiguías, de artistas predecibles y de precio de admisión. Nada mal para inaugurar un manifiesto en tiempos de gentrificación.
Hay otros museos fundados no hace mucho en España, sin tienda de regalos ni guardas, pero espectaculares. ¿Adivina alguien a cuál me refiero?
¡Uf! ¡Si al Reina Sofía lo dejan sin seguridad, yo arramplo con lo que pillo! Lo demás, en cierto modo, sí puede ser prescindible.
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