Sobre el futuro de las ciudades y el ejemplo de Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal
«En el mundo de la arquitectura no es necesario construir
siempre; se puede poner, pero también se puede quitar.
No construir es una opción; si lo que hay está bien como
está, esa es la opción correcta, y no hay por qué
construir».
Anne Lacaton
A propósito de no hacer
Anne Lacaton y Jean Philippe Vassal concibieron, en el ya lejano año 1996, un proyecto fundamental en la historia reciente de la arquitectura. Un proyecto que marcaría un punto de inflexión en la manera de abordar el reciclaje urbano, y que consistía, básicamente, en no hacer nada.
Tras recibir el encargo de embellecer una plaza en la ciudad francesa de Burdeos, los arquitectos decidieron visitar el lugar y encontrarse, cara a cara, con sus habitantes. La conclusión surgió de manera clara: la plaza ya era bella en su estado. Su autenticidad y la actividad que en ella se realizaba definían dicha belleza. Según los arquitectos: «Este proyecto forma parte de un conjunto de proyectos de embellecimiento de varias plazas, encargado por el Ayuntamiento de Burdeos en 1996. La plaza es un triángulo, rodeado de árboles, con bancos y un espacio para jugar a la petanca, como una plaza de pueblo. Alrededor, las casas de fachadas sobrias pero bien diseñadas forman un bello ejemplo de arquitectura urbana de viviendas colectivas sociales. Desde la primera visita, sentimos que esta plaza era ya bella porque era auténtica, sin sofisticación. Tenía la belleza de lo evidente, necesario, suficiente. Su sentido se mostraba con claridad. Las personas parecían encontrarse como en su casa, en una atmósfera de armonía y de tranquilidad adquirida a través de los años. Pasamos largos momentos observando lo que allí sucedía. Hablamos con algunos de sus vecinos. Después nos planteamos la cuestión sobre el proyecto de remodelación de esta plaza con el fin de embellecerla. ¿A qué respondía la noción de embellecimiento? ¿Se trataba de cambiar un material de pavimento por otro, un banco de madera por un banco de piedra o diseño más actual, o una farola por otra más de moda? Nada suponía cambios demasiado importantes. Aquí el embellecimiento no tenía lugar. La calidad, el encanto, la vida existente: La plaza ya era bella. Como proyecto, hemos propuesto no hacer otra cosa que trabajos de mantenimiento, simples e inmediatos: reponer la gravilla del suelo, limpiar más a menudo, tratar los tilos, modificar ligeramente la circulación…, mejorar de forma natural el uso de la plaza para satisfacer a sus habitantes».
Este primer instante de reflexión desvela una de las preguntas fundamentales del reciclaje urbano: ¿Hay siempre que hacer algo? ¿Construir algo nuevo es siempre la respuesta correcta?
Construir sobre lo construido. Del Palais de Tokyo al Centro Guerrero
El Palais de Tokyo de París había sido en su origen (la Exposición Internacional de 1937) un museo de arte moderno. El deterioro y la falta de uso hicieron del palacio una suerte de ruina de la que, en 1998, se eliminaron muros, tabiques, revestimientos, elementos decorativos, falsos techos e instalaciones. En 1999, un concurso, de presupuesto mínimo, pretendía convertir el edificio en un lugar propicio para la creación contemporánea. El proyecto de Lacaton y Vassal para el Palais hacía de la limitación virtud, sacando el máximo partido al edificio existente, tal y como estaba, sin transformarlo, poniendo de relieve sus cualidades estéticas no buscadas y la versatilidad infinita de sus espacios libres para desarrollar sin trabas actividades propias del arte contemporáneo. Instalaciones, performances, video creación… encontraron en el Palais de Tokyo el lugar perfecto para suceder, lejos de la presión de proyectos diseñados y acabados, encontrando, casi sin proponérselo, un espacio expositivo con la estética justa y el estado óptimo: un entorno prácticamente desnudo donde el protagonista es simplemente la acción del artista. La finalidad de la actuación en el Palais no era llegar a una estética determinada, descarnada o impactante. La concentración en la realidad presente, en las posibilidades ciertas y en el sentido de la actividad artística que se iba a desarrollar determinaron un resultado perfecto, alcanzado de forma natural, sin finalidad previa.
«Herencia, evolución…: transmisión. El verdadero valor no está tanto en lo que generosamente hemos heredado, como en aquello que generosamente debemos aportar». Con estas palabras, el arquitecto Antonio Jiménez Torrecillas (1962-2015) definía una ideología arquitectónica que habría de acompañarlo en la práctica totalidad de su obra. Construir sobre lo construido o, como él mismo llegaría a expresar, el «proyecto segunda parte», se convirtieron en una seña de identidad de su arquitectura. La presencia ineludible del legado, aquello que hemos recibido tanto histórica, como física y teóricamente, se prefigura como materia de partida a la hora de elaborar el proyecto contemporáneo. Esta relación entre memoria y contemporaneidad será una de las claves fundamentales a la hora de analizar y poner en valor la obra del arquitecto. En ella, la incorporación del pasado al presente parte desde la negación de la nostalgia, estableciendo un cribado crítico en el que el valor de lo legado se matiza desde las necesidades y circunstancias presentes.
El Centro José Guerrero (1991-2000) fue un encargo de la Diputación de Granada destinado a albergar la obra del artista, un exponente fundamental del expresionismo abstracto, cuyas pinturas, tras su muerte, regresaban a su ciudad natal. El proyecto, redactado por el entonces joven arquitecto Antonio Jiménez Torrecillas, toma como punto de partida un edificio existente para dotarlo de una segunda vida. La sede del diario Patria, una discreta pieza patrimonial situada frente a la catedral de Granada, construida en 1892, desafectada de uso tras el cierre de la rotativa, será el lugar elegido para albergar el Centro. El «proyecto segunda parte», es decir, la intervención propuesta por Antonio Jiménez Torrecillas para la adecuación del antiguo edificio como sede del nuevo Centro, parte de una premisa fundamental: recuperar y mantener todo el material construido preexistente susceptible de integrarse a esta segunda vida del edificio, disponiendo un paseo arquitectónico ascendente a través de las diversas salas expositivas concatenadas, que desemboca en un inédito mirador sobre los tejados de la cercana catedral.
Si analizamos las plantas originales junto a las transformadas para la propuesta podemos observar la conservación de la envolvente y sus vanos, así como la limpieza de adherencias que sufre la planta, la eliminación de las salas compartimentadas de la sede del diario Patria, y la sencillez espacial de las nuevas salas expositivas concatenadas en diferentes niveles y de distinta dimensión y carácter. Esta multiplicidad en los espacios expositivos será aprovechada por el Centro José Guerrero para adaptarse de forma versátil a las propuestas siempre cambiantes del arte contemporáneo. La traza geométrica del patio original define la inclinación de los muros de las nuevas salas interiores y los espacios perimetrales a estas. Aunque ninguna de las salas coincide plenamente con las dimensiones del patio original, las columnas de hierro que se conservan marcan perfectamente su huella. Solo en la planta superior se introduce una diferencia notable con un nuevo nivel que define el mirador, retranqueado de fachada e invisible desde la calle, que se convierte en el espacio más singular al museo.
Crecimiento interior: sobre el futuro de las ciudades
El importante crecimiento de las ciudades durante la segunda mitad del siglo XX se ha concretado, frecuentemente, en barriadas residenciales populares. El consumo de suelo durante estos años, desde la perspectiva actual, resulta a todas luces descontrolado. Uno de los grandes retos de la ciudad del siglo XXI es transformar el crecimiento extensivo en intensivo. Repensar la ciudad obsoleta pasa por el reciclaje, por introducir lo existente en un nuevo ciclo. En este sentido, la intervención de Lacaton y Vassal sobre algunas barriadas de hace más tres décadas, supone una apuesta de sostenibilidad donde la creatividad está indisolublemente ligada a un sentido pragmático de la arquitectura, y donde el foco de atención se pone directamente, sin ambages, en la mejora de la calidad de vida de los usuarios.
Las obras, puntuales y generalizadas, en grandes bloques de vivienda, como en el caso de Saint-Nazaire, La Chesnaie, pretenden detectar las carencias y transformar una arquitectura previa, con la única finalidad de iniciar un nuevo ciclo, mejorado, de lo existente. El reciclaje, aquí, se configura como un proceso donde dar solución efectiva a problemas arquitectónicos, urbanos y sociales sin necesidad de hacer tabula rasa de la arquitectura anterior, sino aprovechando su existencia como la mejor de las excusas. Según señaló Anne Lacaton, «para nosotros el problema no es construir edificios o pisos, sino viviendas. […] Estamos trabajando siempre en proyectos diferentes, pero nuestro comportamiento es siempre el mismo. El objetivo no es crear obras de arte, sino construir viviendas en las que el usuario vaya a vivir a gusto. En nuestro trabajo lo básico es el ser humano; sin él no se necesita la arquitectura».
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