Al final de la década anterior, la visita de Rafael Argullol al Centro Guerrero fundó Archipiélago, una sección que tomaba como punto de partida su concepto de transversalidad y el nombre de uno de sus libros (Archipiélago, Subsuelo, 2015) para presentar esa hibridación siempre fértil y pertinente: la de pintura y la literatura. En aquel libro de 2015, cincuenta autores del mundo de la cultura elegían un fragmento de la obra de Argullol, un fragmento de la obra de otro autor y una imagen que definieran, de una u otra forma, al pensador catalán. Con esta voluntad de indagación, entre el azar y el destino, presentamos nuestra versión transversal de Archipiélago, donde un texto de un escritor y una obra de José Guerrero, como islas con un origen geológico común, ocupan un mismo espacio para generar un diálogo, expulsarse, acercarse, fundirse o comprenderse mutuamente.
Alejandro Pedregosa (Granada, 1974) es un poeta que ocasionalmente escribe novelas y libros de relatos. En 2018 recibió el Premio Andalucía de la Crítica por su libro de relatos O (posteriormente traducido al portugués). Entre sus poemarios destacan En la inútil frontera (2005); Los labios celestes (2007, Premio Arcipreste de Hita), El tiempo de los bárbaros (2013), Pequeña biografía de la luz (2019) y Barro (2021). En 2020 ganó el Premio Ciudad de Orihuela con su primer libro de poesía infantil, Álbum de familia. De su producción novelística destacan las novelas Hotel Mediterráneo (2015) y Siempre es verano, publicada en 2022 por Sonámbulos ediciones.
DILE ADIÓS A LO VERDE
Dile adiós a lo verde
del hayedo, a la sombra cuajada
y al soplo de los trinos:
no habrá pájaro a partir de aquí
que sepa acompañarte
porque también el cielo se yergue para ellos.
Despídete del mar, de los amigos borrachos,
los hijos que no tienes, la gente que te quiso,
todos quedan allí, en la vida que un día
te pareció ser vida,
quizá porque surgió del fondo
de la tierra, donde estas rocas blancas
se anunciaban ya como un presagio
de blanca redención.
¿Y a dónde vas? ¿Qué te espera en las cumbres despobladas?
¿Qué hay en un lugar cuando no hay mar,
ni amigos borrachos, ni hijos no nacidos,
ni gente que te quiso? Acaso –se me ocurre–
vas en busca de un silencio sin cábala y sin nombre,
en busca de un dolor blando y redondo
como el corazón de los delfines,
un dolor inútil y bello que mañana
nos recuerde
ligeramente a ti.
(Inédito)
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