¿Qué cojones es esto? –dijo Dios.
Michael Chabon, Telegraph avenue.
Immanuel Wallerstein era un hombre con gafas y bigote que en alguna de sus fotos la estructura antropométrica de la cara, el flequillo cano y la sonrisa de horizontal linealidad le hacía parecer el hermano mayor de Paco Maruenda. Sin embargo no tenía nada que ver con él. Muerto poco antes del comienzo de la pandemia, Wallerstein había sido desde que nació en 1930 (bueno, desde un poco después) uno de los sociólogos más importantes del siglo XX y XXI. Gran analista de los procesos constructivos de la modernidad capitalista, hoy contemplamos con cierta tristeza sus intentos de ver en el comienzo del gobierno de Obama la posibilidad de encarar una crisis de Occidente que no supusiera un dolor demasiado acusado para las clases deprimidas. Ya sabemos lo que pudo hacer Obama. Ya sabemos cómo fue todo desde entonces.
Si todo está sucumbiendo algo debe estar alzándose, aunque por lo pronto no veo un solo ladrillo que no sea un ladrillo viejo devastado por el virus, la guerra o la desolación de una comunidad cuyo significante se está despojando día a día de significado.
La Revolución Rusa ‒pienso de pronto, como si tuviera este tipo de reflexiones espontáneas tan aparentemente fuera de lugar, pero en realidad tan ad hoc‒ vino aparejada a formas de expresión artísticas propias de un nuevo comienzo con el que poder crear la identidad de un nuevo pueblo. Malévich con el suprematismo y Tatlin con el constructivismo se convirtieron en los dos referentes sobre los que en un principio giró la cultura plástica soviética para tratar de vertebrar formas de vida a partir de los principios de economía vital. Cuánto hemos cambiado, y en qué poco tiempo. Hace poco al arte se le otorgaba el poder de cambiar las cosas, sus metáforas poseían la capacidad de aglutinar un deseo colectivo. Y aunque alguien pudiera señalar, no sin razón, que aquello no era otra cosa que la forma con que la política instrumentalizaba la cultura, ¿no imprime esa idea del arte como guía, dejando de lado los contextos, una huella de optimismo?
Hoy el caos campa a sus anchas por esta posmodernidad nuestra y ahora nada nos provoca más que muecas de estúpida ironía. Qué ingenuos los soviéticos. Qué ingenuo ese tiempo en que las cosas parecían poder ser aprehendidas. Porque siempre hemos sabido que nada era aprehensible en realidad, pero qué importante era creer que era posible. La fe siguió viva después de que Nietzsche matara a Dios porque empezamos a tener fe en nosotros. Sin embargo esa fe ha empezado a colapsar en este siglo. Ahora solo tenemos una religión, la del sarcasmo. ¿Y qué ladrillo podremos encontrar en ese nuevo Dios del descreimiento? ¿El de la extinción? Si hubiera alguno, se arrojaría contra la cabeza de quien fuera.
Hay quien piensa todavía que a pesar de encontrarnos varados en la orilla de la historia los museos pueden seguir siendo esos lugares desde donde pensar qué hemos sido, qué somos y qué podemos ser para devolvernos al mar de la acción, la reinvención y los procesos. Quizá esta fe no se traduzca todavía en una vuelta a la fe en el pensamiento y en la historia, pero sí es como poco un recordatorio de que esa fe existió y que nos sirvió en un tiempo cercano.
Pocos son los museos que elaboran paradigmas históricos con los que hacer a entender este presente difícil, pero alguno hay. Sus intentos son útiles, y si no, pretenden serlo, y eso es ya bastante en estos tiempos de desidia y estúpida evasión. Para encontrar esa nueva fe en nosotros a través de una amplia descripción de la historia del arte hay que ir a Madrid y visitar algún Museo Nacional con un amplio fondo cuyas obras puedan convertirse en los signos que den forma a ese discurso que todavía nos contiene. El Museo Reina Sofía ha hecho un gran mapa especular de nuestra historia que recomendamos visitar a todos. En el Centro Guerrero no podrás encontrar visiones tan amplias de los procesos constitutivos de ese nosotros a través del tiempo, pero podrás ver de forma sesgada exposiciones temporales que dan cuenta del presente a través de del propio presente o de un pasado cercano, siempre contrastadas con las obras de ese expresionista americano granadino que fue José Guerrero en la colección permanente.
Los museos y centros de arte nos interpelan continuamente, son espejos que nos reflejan y nos deforman para que podemos renovar nuestro asombro de no saber en qué consiste el mundo (más allá del lugar donde podemos preguntárnoslo). Que no haya respuesta es en realidad la respuesta, y eso es algo que un montón de gente no entiende y otro montón sí.
En el día de los museos queremos preguntarnos si esa genuina inutilidad de los museos sigue viva en ellos. ¿Podemos encontrar visiones críticas que nos devuelvan una imagen más o menos clara y diacrónica de nosotros?
Hoy muchos museos se han instrumentalizado políticamente. Son la llave para que una entidad bancaria limpie su imagen o para que un grupo de gobierno saque rédito en las próximas elecciones a través de su financiación. Para muchos de quienes los promueven, el arte es algo bueno. No saben por qué, pero eso dicen. Y el caso es que, ya lo consideren algo bueno (con toda la generalización naif) o algo útil, lo es en cualquier caso para intereses que nada tienen que ver con el arte y con lo que este puede dar a los ciudadanos. Es bueno para ellos y basta. Eso es lo que pasa cuando ese montón de gente que no entiende que la utilidad de que un museo se encuentre en su naturaleza retórica asuma su gestión.
No siempre ocurre eso. En Granada, de vez en cuando encuentras joyas, como aquella que se reseñamos hace unos años en este blog, cuando en una sala pequeña del Realejo (La corrala de Santiago) encontramos aquella gran exposición de Furst Ori.
En esta ciudad te puedes encontrar el Centro Guerrero y sorprenderte, como le pasó a Ben Lerner, o a Adam, su alter ego, cuando pasó por Granada en su primera novela.
¿Qué pasa cuando entras un edificio con nombre de entidad bancaria y constatas que un Fortuny no ha sido visto por nadie en todas las horas de visita? ¿En qué se convierte entonces el Fortuny al estar colgado allí para nadie? Puede que haya adquirido valor al no ser mirado por un solo visitante, un valor lleno de patetismo. Quizá ese Fortuny pueda haberse llenado de una honda significación posmoderna al ser reflejado por la luz sin que nadie haya podido ver cómo la luz chocaba contra él.
¿Qué relación establece el arte con nosotros si nosotros no estamos ya al otro lado del cuadro? Porque establece una. Aunque no haya nadie al otro lado, lo hace.
Nuestro desarraigo de nosotros.
Un museo claro que sirve. Incluso los mal gestionados. Incluso los no visitados. Porque nos hacen entender que hay algo que ha dejado de entenderse.
Inauguramos de esta forma tan poco ortodoxa (como debe ser en esta época histórica donde igual que los jueves son los nuevos viernes y los cincuenta los nuevos treinta, la heterodoxia es la nueva ortodoxia) esta nueva sección donde visitaremos cada mes un museo granadino para contaros y contarnos qué es hoy en día un museo, para qué sirve, quién lo visita, por si acaso encontramos en sus salas ese germen inaprensible, subatómico, que nos dé alguna pista de la nueva realidad que nos espera, que por supuesto, no puede estar hecha de unos y ceros, pues no somos otra cosa que carne, sangre, sudor y compromiso pulmonar. No serán reseñas sobre espacios concretos, mantendremos a las instituciones en la anonimia para tener libertad y poder decir lo que vemos, no tanto en las paredes, sino en las salas. Y disculpen si rompemos, como ha hecho siempre el arte, o al menos desde hace un siglo, los cánones académicos de la razón, el sentido y la reseña. Serán relatos puros, reales, sobre la experiencia normal de una mujer que va a un lugar y lo experimenta como espacio capaz de albergar cuerpos como el suyo. Una sección escrita, como se escriben las obras de arte, las buenas y malas, no con la cabeza y sus efectos, sino con las causas propias de lo que palpita sin necesidad de pensar que lo está haciendo.
Un poco de action writing, en homenaje a nuestro pintor.
A ver si así entendemos algo de lo que nos depara estas décadas.
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