Todo empieza en el set de grabación como espacio de representación de la actividad mental, o como confesión temprana de que lo que está por venir es un artificio. Las imposturas quedan a un lado. Ilan Serruya, artista argentino afincado en Madrid y especializado en la creación audiovisual, intercalará imágenes de archivo con la grabación de un acto performativo y su consecuente juego de resignificación para hablar del sentimiento de pertenencia y de cómo se construye desde la imagen, la palabra, el rito y las distancias.
Su voz nos acompaña durante toda la obra, a caballo entre el hebreo y el español, mientras los subtítulos ofrecen la traducción en el idioma ausente y se suceden las grabaciones, que se solapan y dejan entrever los márgenes de las anteriores. El texto está constituido por frases interrumpidas, fragmentadas y repetidas en diferentes tramos de su conclusión, por lo que el recurso de la repetición evoca el atoramiento del pensamiento durante el proceso de apropiación de la palabra, hasta convertirla en herramienta en su pleno discurrir. Estas reiteraciones se distinguen por su palmario carácter de avance, muscular, en contraposición a las que articuló Thomas Bernhard en su novela Corrección —cuya traducción al castellano, al menos, está plagada de epíforas—, harta de repeticiones sintomáticas de la obsesión y de una recalcitrante ida y vuelta; o en la obra de Samuel Beckett, tan protagonistas en Happy Days o Not I, cuyas metodologías iterativas desintegran las acciones indicadas por el texto; así como en la pintura de Jess Allen, Giorgio Morandi o Cristino de Vera. Serruya acentúa la mecanicidad de la vertebración verbal del pensamiento al incluir la llamada telefónica con la encargada de la tienda a la que le compra los sacos de tierra que vemos en el acto performativo del vídeo. Presenta los idiomas desde elocuciones, tonos y contextos muy dispares: uno es utilizado durante la introspección y el otro durante una transacción. Los fragmentos en hebreo son pausados y reflexivos sobre su propia naturaleza, en tanto que la llamada telefónica exhibe la fluidez de las operaciones que permite la asimilación de un idioma hasta sus consecuentes fenómenos emergentes, tales como el juego de entonaciones que nos indica cortesía o distancia emocional entre los interlocutores.
Dada su biografía, la complicada relación del artista con el judaísmo y con el sentimiento de pertenencia se extiende, lógicamente, a las imágenes, y en concreto, a las imágenes que resultan de la orientación espacial y de la delimitación de los territorios, como los mapas o las simulaciones digitales de relieve y extensión. Pero Serruya suma un nuevo giro y un grado cualitativo más para hablar de los lugares sin recurrir a ellos explícitamente, sino a los que fueron construidos para hablar del que nos ocupa. Un fugaz fragmento de vídeo muestra el Muro de las Lamentaciones, lugar sagrado de referencia en el judaísmo, acompañado de imágenes del parque temático Tierra Santa, en Buenos Aires y dedicado a Jerusalén, y del Vergel de los Granados, parte del Jardín de las Tres Culturas de Madrid. El artista apunta a las tensiones que emanan de la pretensión de conocer un lugar —con los modos en que las necesidades troncales tras los esfuerzos de delimitación quedan reflejadas en la práctica territorial— a través de transitar aquellos construidos en el intento de trasladar los valores del originario a otro punto en el espacio. Más que nunca entendemos estos lugares auxiliares como artefactos, en el sentido que sugiere Gabriel Levy en Judaic Technologies of the World. El parque temático Tierra Santa y el Vergel de los Granados responden a la clase de lugar que se presenta como un pedazo de aquel que realmente no es, sin salir de territorio en el que realmente se está, por cuanto al menos ha sido concebido como bálsamo ante la lejanía. En este caso demuestran la relevancia cultural y política de Israel y de la religión allí predominante, y pueden reconfortar o cumplimentar una labor divulgativa. Que sirvan de extremidades eficientes es otra cuestión. En relación a los baches en el proceso de la territorialización de la identidad, aclara Serruya, desde su experiencia personal: «se produce un desdoblamiento de la identidad en el que somos de un sitio, pero se nos educa para que confiemos en que somos de otro». ¿Qué clase de desdoblamiento ocurre en la subjetividad cuando, además, se desdoblan los enclaves que proporcionan suelo a la identidad territorial? «Creo que las operaciones mentales tienen lugar en y dentro de cuerpos en movimiento en el espacio y el tiempo […] El movimiento del cuerpo es una parte crucial de la cognición» apunta Levy, mientras destaca la importancia del condicionamiento del movimiento corporal para la construcción de la identidad judía. Fenómenos derivados del traslado, como la peregrinación —o, más tarde, el turismo—, deben entran en el análisis de la creación espacial de significado, junto con los destinos y su razón de ser geopolítica. ¿Qué exploración, qué caminos nos incitan a hacer los lugares, y en qué tiempos? ¿Qué papel desempeña el asombro y cuánto margen dejan los ritos a la inspección crítica?
En un grado de especificación menos literal y desatado de los tránsitos rituales, la profesora e investigadora Isabel Avedaño, citando a Yi-Fu Tuan, apunta que «el ser humano organiza el territorio de modo que se conforme con y abastezca a sus necesidades biológicas y relaciones sociales (si está cercano o distante). Se asignan valores a partes del cuerpo y a su vez, las mide. Se juzga tamaño y distancia. El cuerpo es ”cuerpo vivido” y el territorio es “territorio humano interpretado”». El talit y la filacteria, o tefilín, hacen sus debidas apariciones como artefactos de identificación en contacto directo con el cuerpo. Serruya opta por no prodigarse y dispone un par de vistazos a las dinámicas de la atadura y del cubrimiento. Son breves aportaciones al acto performativo protagonista que mentábamos al principio: la adquisición de varios sacos de tierra que el artista abre, vacía y manipula. En un gesto sencillo de abstracción, en coordinación con los planos de significación abordados, Serruya propone la imagen del montón de tierra acumulada como una depuración de nuestras nociones sensibles de los lugares. La reducción y simplificación del objeto de estudio termina con su desaparición, en paradójica consonancia con las conclusiones naturales al incómodo posicionamiento del artista en los espacios liminales desde los que puede revisar la identidad territorial: «Creo que el subtexto podría ser la irrelevancia de todos los conflictos políticos, porque al final nosotros estamos aquí de una manera un poco pasajera, y sobre nosotros está la tierra».
Bibliografía:
Levy, G. (2014). Judaic Technologies of the Word: A Cognitive Analysis of Jewish Cultural Formation. New York: Routledge. ISBN: 978-1-908049-84-1
Avedaño, I. (2010). Un recorrido teórico a la territorialidad desde uno de sus ejes: El sentimiento de pertenencia y las identificaciones territoriales. San Pedro de Montes de Oca: Universidad de Costa Rica. ISSN: 1659-0139
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