El principio de aventura me permite hacer existir la Fotografía.
Inversamente, sin aventura no hay foto.
Roland Barthes, La Cámara Lúcida
Durante una de las entrañables tardes de trabajo y conversación en la galería AJG con Antonio Jiménez ̶ director del espacio y amigo ̶ , apareció el nombre de Michael Wolf. La sensación que produce descubrir la obra de un gran artista que pronto se convierte en un referente no se olvida; no solo su fotografía me resultaba impecable sino que sus discursos destilaban coherencia y valentía. Pero más que a un genio o un virtuoso fuera de serie, veía el trabajo de un hombre comprometido, entusiasmado y sensible; el lado humano de su grandeza fue, para mí, su cualidad más cautivadora.
Nacido en Múnich en 1954, uno de los fotógrafos más destacables desde finales del siglo XX, Michael Wolf, falleció el pasado mes de abril en Hong Kong. Wolf hizo del contexto asiático su principal fuente de inspiración y su obra encarna una realidad siempre temida por las sociedades desarrolladas: el hecho de sucumbir en la seductora trampa de la prosperidad. Una figura imprescindible de la fotografía contemporánea cuya pérdida merece unas palabras que recuerden su legado y aportación a este medio.
Wolf supo aprovechar la sobresaturación de imágenes en la que vivimos para hacer de esta un instrumento crítico frente a la pobreza. A través de trabajos como The Real Toy Story destacó la cara menos visible y más abusiva del capitalismo así como las consecuencias sociales de un sistema de producción insostenible a nivel humano. Nos mostró la aberración de las condiciones de trabajo en las fábricas de juguetes en China, principal productor del modelo económico en el que basamos el utópico estado de bienestar. Pero sus imágenes evidencian el fallo en el sistema, por el que las personas dejan de ser consideradas como tales para convertirse en mera mano de obra. Pero si algo es meritorio de destacar especialmente, es que el autor no se regocijó en el recurso fácil del sensacionalismo, sino que su mirada alcanzaba a ver a las personas, haciendo de sus retratos una expresión de máximo respeto.
Este rasgo aparece también en Tokyo Compression, donde los rostros capturados en el interior de uno de los mayores metros del mundo evidencia otro de los padecimientos provocados por un sistema donde el individuo queda relegado a una función de producción. Las personas buscan su lugar en un espacio asfixiante pero que al mismo tiempo funciona como un reducto donde ejercer, aunque de manera deficitaria, el pensamiento y el descanso: dos necesidades y derechos fundamentales que se tornaron lujos. Tras la condensación del vaho en los cristales del metro, las expresiones de los retratados reflejan una agonía aceptada con resignación.
Entre sus grandes contribuciones siempre destacará su Arquitecture of Density, un trabajo que sigue la línea de la Escuela de Düsseldorf de Hilla y Bern Becher. La arquitectura se presenta con un formalismo y entidad propias, donde el recurso de la pérdida de las líneas del horizonte y de suelo en la fotografía crean una ilusión óptica en el espectador, negándole las referencias de sus proporciones y profundidades. En medio de la uniformidad arquitectónica y la linealidad, aparecen elementos que rompen con la monotonía compositiva y nos indican la existencia de vida en su interior; realmente Wolf nos mostraba el modo en que se ha desbancado la utilidad de la arquitectura como espacio habitable para convertirse en un recurso de hacinamiento. De hecho, en la observación de las arquitecturas encontró no solo una manifestación estética del urbanismo sino un modo de investigar intimidades, como en Transparent City Details, donde la ampliación de la imagen revela tras los píxeles diversas realidades que transcurrían durante la realización de la fotografía.
A través de las imágenes de Michael Wolf observamos que la ciudad esconde gran cantidad de pequeños detalles en los que conviven la tradición de viejas costumbres y una modernización con la que en ocasiones parece colisionar, y nos hizo ver en lo ordinario el hallazgo de lo extraordinario. Estas ciudades se muestran como un espacio lleno de melancolía, en las que todo y nada nos recuerda al modo en que Atget retrató París; porque al fin y al cabo qué son las ciudades sino un síntoma del exceso, una paisaje artificial que, llevado extremo, nos priva del espacio necesario para la dignidad, la tolerancia y la individualidad.
Durante toda su carrera halló un perfecto equilibrio entre la capacidad crítica de la imagen, el significado estético de la belleza, de lo grotesco y su propia curiosidad, e incluso supo dejar espacio para el humor que nace del accidente o lo inesperado, como ocurre en las series realizadas dentro de su proyecto Street View. Este trabajo le abrió un campo de nuevas posibilidades de transitar una ciudad desde la pantalla, como una suerte de flâneur 2.0, pero la controversia que generó su Mención de Honor con la serie Unfortunate Events por parte del jurado de World Press Photo puso de nuevo sobre la mesa el debate del apropiacionismo y la consideración de esta como fotografía. A pesar de que el apropiacionismo se ha ejercicio en este ámbito con anterioridad ̶ recordemos como ejemplo a Sherrie Levine ̶ e incluso mucho más en la historia del arte, la figura de Wolf contribuyó a expandir los límites de la práctica fotográfica.
Aunque lamentablemente su producción se haya visto interrumpida por su pérdida, es innegable que ha generado nuevas y valiosas lecturas que van más allá de la recreación visual y de la ya superada asimilación técnica, trabajando bajo discursos que tratan de la realidad y de la verdad. Con su dedicación, ha regalado a la fotografía contemporánea importantes argumentos para que continúe teniendo una razón de ser.
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