No hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo.
Jorge Luis Borges
En 1966 Michel Foucault escribió Las palabras y las cosas, una especie de arqueología que trataba de mostrar las condiciones de posibilidad del conocimiento. A pesar de ser estructuralista, el francés empezó a ver en la dispersión del lenguaje un gran talón de Aquiles para seguir avanzando en su estudio. Y algo parecido le empezó a ocurrir a algunos de sus colegas. Roland Barthes llegó a la noción de un texto plural, cuyos significantes no pueden unirse permanentemente a significados particulares. Jacques Lacan señaló la imposibilidad de fijar el significado a través de una correlación estricta entre significante y significado al describir un deslizamiento permanente del primero bajo el segundo. Y Guilles Deleuze anuncia que la unidad real mínima no es la palabra, ni la idea o el concepto, ni tampoco el significante, sino el agenciamiento. A partir de aquí creará su visión de un pensamiento basado en el rizoma, donde se dan conexiones y proyecciones de multiplicidades que no constituyen verdaderamente un sistema, ni tienen una configuración lógica ni un centro estructural.
Estos filósofos del XX sembraron una semilla que en el XXI se ha convertido en una planta, o en una raíz, o en un rizoma que hoy día somos incapaces de entender con el lenguaje anterior.
Si los significados han dejado de ser el correlato mental de los significantes, si nada puede ser nombrado realmente, entonces, ¿cómo escribir? ¿Cómo dar un sentido platónico, esencialista, objetivista, que es lo que comúnmente entendemos por sentido, a nada?
Si asumimos la ruptura relacional del signo lingüístico, si digerimos este fracaso de las palabras para nombrar el mundo, puede que debamos volver a las cosas mismas para comprender el mundo. Si el lenguaje ha naufragado, si nuestro intento de encerrar las cosas en un código inmóvil y determinista es una quimera, deberíamos volver a los orígenes, al momento antes de producirse ese intento del hombre de conferirle a las cosas nombres que no le pertenecen, o que no lo hacen unívocamente, ni por tiempo indefinido. Ese instante, aún silencioso, en el que la relación de los hombres con los objetos de la naturaleza se limitaba a la más pura contemplación.
Y si la palabra ha fracasado para abordar conceptos, o para abordar la palabra misma, ¿por qué seguir utilizándola para estudiar imágenes?
Autopsya.com pretende dar un giro al planteamiento discursivo tradicional y buscar nuevos campos epistemológicos para el estudio de la imagen. La propuesta: discutir y conversar sobre cuadros y
fotos a través de cuadros y fotos. En la sección “Revista”, a una pregunta planteada en torno a la cultura visual, los participantes responden con imágenes o con un grupo de imágenes. Y en “Pares”, Autopsya enfrenta dos imágenes para suscitar ideas e invitar a ver.
La idea, a pesar de abrir en apariencia una brecha entre el hombre y el conocimiento aún más grande que la que ha abierto la palabra, es en realidad un paso adelante en ese camino iniciado a finales del siglo anterior para acelerar la desaparición de las estructuras obsoletas y propiciar el reencuentro del hombre con las verdaderas herramientas que lo conectan con el mundo contemporáneo.
De hecho, Autopsia.com parece un ejemplo llevado a la práctica de las tesis (meta)epistemológicas del pensamiento complejo de Edgar Morin, donde se rechaza cualquier intención por clarificar o simplificar las visiones del mundo. El paradigma de complejidad de Morin postula tres principios para la nueva episteme: el dialógico, que encarna dos lógicas contrapuestas pero mutuamente necesarias, el recursivo, que rechaza la linealidad de la causa-efecto, y el hologramático, que postula que no solo la parte está en el todo, sino que el todo, en cierto modo, está en la parte. Y todos ellos los encontramos en Autopsia.
La web es una propuesta discursiva que lidia con la sobreabundancia y la palabrería imperante, además de un interesante punto de partida para empezar a construir un nuevo código que no esté basado en la univocidad del lenguaje y pueda por tanto otorgar a la multidimensionalidad su valor justo: la de ser, en este siglo, una eminencia.
Por ello, quizá lo más apropiado habría sido no escribir esta reseña, sino lanzar un par de imágenes para que lo hicieran en su lugar:
O, ya puestos con la interdisciplinariedad, hacerlo con algo de música:
Pero claro, cómo saber entonces que de lo que yo trato de hablar es de Autopsya.com y no de otra cosa. Habrá que hacer como hicimos con las palabras y con tantas otras cosas que tienden a la disipación: tener fe.
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