Cada número del Tetanos ha sido publicado por la cooperativa editorial mexicana ¡Joc Doc!, aunque su número 5 cuenta con la participación de la estadounidense Neoglyphic Media. Este último número, editado por Abraham Díaz, salió a la luz en diciembre de 2023.
Tetanos es un fanzine complejo, primero porque incorpora varias firmas que van cambiando con cada número. Esto sigue siendo y ha sido lo habitual a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado, lo que ha servido para facilitar los costes de producción de muchas iniciativas, frente a la ola de proyectos individuales e intimistas de las décadas recientes. A pesar de la complejidad de lo grupal, Tetanos sigue una estela muy reconocible. La mayoría de los colaboradores de todos los números muestran afinidad o deuda directa por el cómic underground de los sesenta: historias cortas con personajes impulsivos, violentos y malvados; la concepción del cuerpo como una frágil bolsa de fluidos; humor escatológico, absurdo y lisérgico; y el desafío a la autoridad, el control, la convención y el poder desde la herida incurable. Es el caso de Abraham Díaz —entre los habituales de Tetanos—, Roberta Scomparsa o Pakito Bolino. En tres actos de expreso reconocimiento y contextualización histórica, el fanzine incorpora una entrevista realizada por SMS al autor underground catalán Martí Riera, entre las últimas antes de su fallecimiento; un ejemplo de kusōzu, la práctica meditativa budista que abordaba pictóricamente la descomposición de un cadáver en la naturaleza en nueve fases; y la traducción de un artículo dedicado al metódico artista Virgil Finlay.
Considero los dos últimos gestos cercanos a la apropiación y la revisión, que aportan solvencia a un proyecto en torno a la crudeza. A la par, hay un esfuerzo de renovación de la tradición. De Tetanos quiero poner en valor dos aportaciones por su plástica, mucho más próximas a la flor que se ha abierto en nuestro siglo: las de Junwoo Park y Pepa Prieto Puy. En este artículo me concentraré en la tira del artista surcoreano.
Park aporta a Tetanos una tira muda, ligera y humilde, cuya obvia violencia es representada de manera tan económica que casi pareciera una justificación para la investigación formal. En cuatro páginas de seis viñetas iguales en tamaño en cada una, vemos lo mal que lo pasa un skater cuando le atropellan, resucitan y vuelven a matar de un disparo. El dibujo, que podría encajarse en el bad painting, imita la inexactitud anatómica y la compulsividad de los dibujos infantiles, pero reforzado por la evidente destreza del artista en ciertos momentos de reflexión sobre lo que se está planteando en cada viñeta. Las manos pasan de ser sugerentes y detalladas a muñones idénticos a pomos de puerta. Los miembros perdidos por el suelo solo se muestran desencajados de su conjunto, lo que permite el chiste de la recomposición, a diferencia del body horror, que siempre tiene que ver con la corrupción irreversible.
El imaginario de Park es muy compatible con el de Tetanos: como partido en dos, después de algunas escenas bucólicas y naíf de abundancia vegetal, Park parece obligado a volver a la soledad y al hormigón del espacio urbano, que alberga peleas, puñales y tribales. Ambos contextos están contaminados por la fantasía y la ciencia ficción. En lo poco que conozco y he logrado hallar de su trabajo, no he parado de ver la importancia del trazo, uno contundente, casi siempre negro, muy diferenciado del color, percibido con mucha claridad como un contenido. También importa la figura plana, ya con colores sólidos o por la estructuración de los cuerpos y los espacios en sus viñetas e ilustraciones. Aunque las formas son voluminosas —en el sentido muy estricto de que ocupan espacio a borbotones—, Park no busca la ilusión de congruencia en cuerpos que podamos rodear. Mas bien los plancha sobre amplitudes vacías e indefinidas. El artista destaca por su extraño abordaje de dos parejas de contrarios: aspereza y suavidad por un lado, y por otro ligereza y pesadez. Al hacer uso de la suciedad, la estría, el patrón y el granulado sobre dibujos tan planos —tan adheridos al papel que nos lo recuerdan—, son estos recursos los que inclinan la balanza en la percepción de la textura y los pesos. Por ejemplo, las nubes de polvo negro sobre la superficie aligeran las figuras y las igualan a los vacíos traseros; el rechazo al claroscuro a cambio del empaste de patrones de gran regularidad —con leves márgenes de error que el artista abraza— determina cuán pesados se nos hacen los ropajes. Si acaso, se trata de una pesadez etérea, más bien relacionada con la densidad. Algo en la síntesis económica de las figuras y un abordaje desengañado de su infantilización aproximan en espíritu a Park con la inigualable Leomi Sadler, aunque las diferencias sean muchísimas más que las similitudes.
Si hago hincapié en la aportación de Park es porque no se inscribe en el regodeo escatológico de Tetanos, y de toda la tradición en la que la iniciativa se respalda, que también se intuye en el horror vacui y el temor por lo vírico. No es el único autor que rechaza la truculenta explicitud de los fluidos corporales en Tetanos —cada cual decidirá si lo que aporta a cambio es o no interesante—, sino que es recibido con los brazos abiertos en un ejercicio editorial que conecta tradición con vanguardia, y que señala lo que persiste allí donde cambia: en dos palabras ya mencionadas antes, la crudeza y el absurdo.
Bibliografía:
Díez, Abraham (ed.). Tetanos 5 (2023). Ciudad de México y Washington: ¡Joc Doc! y Neoglyphic Media.
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