Manu Cruz (1998, El Ejido) es un artista almeriense residente en Bilbao desde hace cuatro años, volcado en la producción plástica con óleo, acrílico, acuarela y pastel; también en la imagen digital y la fotografía. Se graduó en Bellas Artes por la Universidad de Granada y cursó el Máster de Pintura de la UPV/EHU.
No he podido ver en persona su producción pictórica, pero sí fotografías en su cuenta de Instagram[1]. Desde la mediación de los dispositivos, atisbo escenas cotidianas e íntimas de conexión humana desde una mirada calma e introspectiva, incluso en momentos de mayor intensidad, efusividad e interacción grupal. Es en esas escenas donde detecto un mayor contraste. Una mirada así, que incide en sombras envolventes y en el predominio de azules oscuros silenciosos tras cuerpos vibrantes y dinámicos, parece interrogar el marco que propicia tanta vitalidad, pero sin juzgarla. Al contrario, intuyo un enorme respeto desengañado hacia ella. Aparte, hay incursiones en el bodegón y la abstracción. Cruz maneja varios tipos de pinceladas, de las que destacan las más cortantes y dinámicas. También articula tramos de la figuración con campos poligonales muy sólidos; ambos recursos le sirven para tantear intermedios entre la figuración y la abstracción, que le acercan al trabajo de František Kupka (de hecho, Cruz hizo al menos un estudio de su Yellow Scale de 1907). Luego, sorprende en otros trabajos con abundantes capas vaporosas.
El trabajo que sí he examinado en persona es su fanzine de sesenta y cuatro páginas Silencio y ruido. Impreso a color sobre papel estucado, está hecho a partir de fotografías con el móvil y algunas capturas de pantalla a mensajes de correo electrónico y WhatsApp. El artista nos cuenta que hizo las fotografías en Bilbao, Almería y El Ejido, con un par en Galicia y La Rioja, y casi todas entre 2023 y 2024, salvo por una de 2021. Nos señala la influencia de las interfaces de las pantallas en su trabajo, y que se resiste a extrapolarla a la pintura sin estrategias críticas ni alguna forma de trabajo previo.
En Silencio y ruido persisten las gamas nocturnas, incluso en fotografías del mediodía tajante. También se intuye esa misma mirada que logra asombrarse desde la corta distancia entre el cuerpo y el instante de la experiencia. Considero que logra poner esta frágil distancia por medio, sobre todo, de la superposición de imágenes, la estrategia a la que más recurre el artista junto con la alteración del color y la temperatura. Mediante el corte y la superposición de fragmentos de fotografías a los que se les ha restado opacidad, las páginas adquieren una atmósfera psíquica, en la que la realidad inmediata, el recuerdo y la imaginación participan por igual en la percepción. En un serio compromiso con las posibilidades de la superposición, Cruz explora diferentes grados, resoluciones y cantidades de capas. Algunas son tan sutiles que no se sabe si de veras son superposiciones aplicadas por el artista o solo tramos lejanos de la fotografía original; en otras, la acumulación de imágenes es evidente, pero es tanto trabajo que cuesta imaginar las imágenes de partida, o «imágenes-ingrediente». En una quimera es habitual poder distinguir «partes» que remiten a un origen remoto y certifican que algo ajeno procura reconciliarse en un nuevo conjunto. Muchas superposiciones de Cruz, más bien, priorizan una imagen de la que se respeta su composición original, pero cubierta por velos iridiscentes, como inundadas por las sustancias de la capa conjuntiva del ojo o la actividad nerviosa. En otras se solapan imágenes enteras o se integran fragmentos. Por ejemplo, el artista induce a la sospecha cada vez que muestra fotografías de reflejos en cristales. Luego, en uno de los ejercicios de mayor grado de abstracción, en las páginas 18 y 19[2] apenas se distinguen unos dedos, un hombro, un cuello y un mentón. Todo lo demás son campos de color en lucha y rasguños. También alcanza ese grado en las páginas 38 y 39. A partir de la que parece ser una de las puertas de la Catedral de Santiago de Bilbao, el trabajo con la textura reaviva el pensamiento sobre el color. Para ello, concita e integra numerosos fragmentos y campos de color que recuerdan a árboles, ventanas, esculturas, tanques o columnas estriadas. También destacan las contadas integraciones de texto. Con la excepción de unos versos en la página 3, el texto aparece como un elemento más del entorno (mensajes de móvil, rótulos de tiendas, grafitis), y no como algo ajeno a las imágenes. Incluso en su forma más adusta, Cruz lo infiltra trabajando su textura, color, tamaño, opacidad y posición. Así logra acercarlo al momento en que el pensamiento verbal se toca con el sentir y sucumbe a él.
Salvo quizás una o dos páginas, las pocas dedicadas a fotografías sin superposición ni corte han sido intervenidas, al menos, en temperatura, participando de un arreglo de conjunto que vuelve el fanzine incandescente. Veo el mejor ejemplo en las páginas 6 y 7, dedicadas a unas orquídeas en primer plano, recibiendo la luz del sol en una habitación oscura. Se erigen con suave contundencia como antenas con bocas de serpiente y recogen para sí la luz más intensa de la imagen, la cual distribuyen a placer, como elaborando su estudio disectivo. Las tres sombras más intensas de las orquídeas de la derecha son degradados tan contundentes que solo después de unos segundos parecen un añadido metálico (perfectamente integrado) del artista. La ventana en el bajo flanco izquierdo de la imagen aporta aire y consolida la composición: en sutil diagonal, de derecha a izquierda, en el sentido de la entrada de la luz.
Cruz explora la fragmentación en Silencio y ruido, no siempre por la vía de la superposición; también con el uso de fotografías movidas o desenfocadas en las que los objetos representados en las imágenes quedan atomizados, o con alteraciones del color que provocan una ilusión de separación, una «emancipación visual» de fragmentos de los objetos de partida. En esto se nota el interés por Kupka. Más interesante aún es la reconciliación que se da luego con fragmentos imprevistos. Considero que el mejor ejemplo se encuentra en la imagen de las páginas 56 y 57. Compuesta por tres cortes principales por líneas verticales, en el corte izquierdo se discierne a alguien que introduce su llave en una cerradura. El siguiente corte, el intermedio, en la página derecha, parece sacado de la misma imagen de partida, pero desplazado, porque los pliegues de la vestimenta no se continúan con exactitud. En el tercer corte, en la página derecha, se termina la silueta humana con el fragmento de un cuerpo desconocido, probablemente inerte, que provoca la ilusión de conjunto de que el abrigo es amplio y ondea al paso. Las línea más llamativa de ese corte la da lo que parece una suerte de maleta o contenedor, que equilibra la composición del conjunto al seguir la dirección inversa del brazo humano de la página izquierda. Como dos ramas de un árbol.
Cruz nos confirma que no realizó las fotografías con intención de montar un fanzine, sino que fue un proceso largo, espontáneo y cotidiano al que, después de mucho tiempo, decidió atar en una forma. «Me parecía muy importante el orden y el ritmo del documento. Entonces, durante el montaje, alguna foto se quedó fuera». Relaciona el grueso del trabajo con un período de precariedad y transición laboral entre 2023 y 2024. Algunas fotografías reflejan ese mismo contexto laboral, pero la mayoría de manera indirecta: aluden a la intimidad que logra escapar de su dominio.
Notas:
[1] Para más información, las cuentas de Instagram de Manu Cruz: https://www.instagram.com/migasylluvia/ y https://www.instagram.com/vagamun.2/
[2] La numeración de las páginas para este artículo han tenido en cuenta la portada y la contraportada.
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