A propósito de la Capilla Rothko
Rothko y Guerrero
El viaje de ida de José Guerrero fue primero físico, como todos los viajes, pero no por ello menos conceptual. Dejar atrás Granada, la propia identidad, la academia, Europa, lo pesado. Llegar a Nueva York, capital del siglo XX, escenario soñado por Lorca y tantos otros, la novedad del sexto día de la creación del mundo. Guerrero acabaría por integrarse, a partir de la década de los cincuenta, en la segunda generación de la Escuela de Nueva York, junto a figuras como Robert Motherwell, Franz Kline o Mark Rothko. Dejada atrás la figuración de sus primeros años, la gestualidad se transformará paulatinamente en unos particulares campos de color. Así, el marco de creación norteamericano influirá en su obra hasta tal punto que, una década más tarde, alentará en España a una generación de jóvenes pintores..
Rothko, uno de los más relevantes pintores abstractos de Estados Unidos, intentó expresar conceptos universales y ciertamente alejados de la figuración. Precisamente, será en los campos de color (field painting) donde comenzará su personal camino expresivo. En sus obras aparecerán grandes superficies de color sin límite definido, flotantes, suspendidas en el espacio plástico del lienzo, comunicándose entre ellas desde un lugar cercano a la mística abstracta. Mientras que Rothko, convertido en una figura clave del panorama artístico estadounidense, acaba suicidándose a finales de los años sesenta, sumido en una profunda depresión tras graves problemas de salud, José Guerrero acaba su aventura norteamericana con un viaje de vuelta. Uno de los resultados de ese retorno es el Centro Guerrero de Granada.
La Capilla Rothko
Para John y Dominique de Menil, coleccionistas de arte, la obra de Mark Rothko no había pasado desapercibida. Según John de Menil, sus pinturas eran «puro color y a través del color transmitían alegría y predisposición para la meditación y la concentración». Así, los campos de color de la vibrante y evanescente obra de Rothko resultaban perfectos para un proyecto que el matrimonio largamente había soñado: una capilla que, desde la modernidad más avanzada del arte de su época, lograse convertirse en un auténtico centro de recogimiento espiritual más allá de confesiones o credos. En febrero de 1960, el pintor recibe el encargo de realizar una serie de pinturas para dicha capilla, algo que, pese a no ser una persona practicante o religiosa, casaba con un sentimiento de honda espiritualidad capaz de manifestarse a través del arte. Este encargo se materializaría en 14 grandes lienzos acomodados en un edificio pequeño, austero, casi imperceptible, de líneas absolutamente desnudas y modernas, esbozado por el arquitecto Philip Johnson y completado por Howard Barnstone y Eugue Aubry bajo la supervisión del propio pintor. La construcción de ladrillo, sin ventanas, de forma octogonal, cubierta por un lucernario, precedida por una lámina de agua entre árboles, resume en su sencillez gran parte de su apuesta ideológica por la espiritualidad pura, abierta, integradora, íntima y universal. Frente a la entrada, el Obelisco roto de Barnett Newman, dedicado a Martin Luther King, introduce la escultura en esta obra de arte total.
En el otoño de 1964 Rothko dispuso en su estudio una reproducción de los muros de la capilla para comenzar a trabajar en el encargo. La disposición octogonal, deudora de espacios sagrados de la antigüedad como los baptisterios, hacía que el visitante quedase rodeado por sus pinturas, bajo la luz cenital suavemente filtrada desde la cubierta. La gama de colores oscuros, tendentes a la monocromía, acentuaba el carácter hermético y de recogimiento, lejano a la sensualidad de los anteriores campos de color con sus sutiles transiciones, bordes y combinaciones.
Arquitectura, pintura, escultura, música
Tras la muerte de Rothko, la conjunción de arquitectura, pintura y escultura se completaría con una composición de Morton Feldman titulada Rothko Chapel. La música de Feldman, amigo del pintor, se estrenaría en el mítico espacio a modo de homenaje a su memoria. Esta combinación de música y arquitectura quizá sea sólo comparable con el Poema electrónico de Varèse, acompañado de Xenakis, realizado para el Pabellón Philips de Le Corbusier.
Rothko Chapel es una obra elegíaca, en total sintonía con el misterio y recogimiento la obra pictórica y del concepto espacial y global de la que forma parte. La de Feldman era una música experimental, genuinamente estadounidense, en diálogo con otras vanguardias como la literaria, la pictórica, la escénica o la arquitectónica. Música que, más allá de las salas de conciertos, volvía sus ojos hacia lo performático, la danza, el teatro, y las contaminaciones con otras disciplinas artísticas. La desnudez de su lenguaje, a veces completamente descarnado, se combina con elementos de gran expresividad y plasticidad: Solos de viola al inicio y el final, melodías arcaicas, patrones minimalistas, coros atenuados, zumbidos, cantos sin palabras, sordos silencios, acordes desvanecidos perdidos en un tiempo ilimitado. Según el compositor: «En gran medida, mi elección de instrumentos (en términos de fuerzas utilizadas, equilibrio y timbre) se vio afectada por el espacio de la capilla, así como por las pinturas […] Las imágenes de Rothko llegan hasta el borde de su lienzo, y yo quería el mismo efecto con la música, que debía impregnar toda la sala octogonal y no ser escuchada desde cierta distancia. […] El ritmo total de las pinturas, tal como Rothko las dispuso, creó una continuidad ininterrumpida. […] Imaginé una procesión inmóvil, no muy diferente a los frisos de los templos griegos».
Arquitectura contemporánea frente a música contemporánea
Como si de un reflejo de la Rothko Chapel de Feldman se tratase, Sebastián Mariné estrenó en 2014 su obra Cinco Guerreros como homenaje al pintor granadino, en el marco del Festival de Música y Danza de la ciudad. El conjunto Taller Atlántico Contemporáneo (TAC), en colaboración con Numen Ensemble y bajo la dirección de Diego García Rodríguez, fueron los encargados de ejecutar la obra de Mariné en el conocido Cubo de Alberto Campo Baeza. Asimismo, la música estuvo acompañada de las videocreaciones de Poldo Pomés, aunando de este modo arquitectura, música y artes plásticas. El concierto incorporó la propia obra de Morton Feldman, Rothko Chapel.
La unión de música y arquitectura es algo que sucede a menudo, especialmente cuando los escenarios en los que se actúa están revestidos de un aura histórica, artística y arquitectónica. En Granada son muchos los ejemplos de dicha conjunción. No menos importante es la relación entre arquitectura y música contemporánea. En la sala superior del Centro Guerrero, la música más experimental y contemporánea tiene una cita periódica con los bellos tejados y pináculos de la catedral, en lo que podría calificarse (de forma valdelomariana) como un diálogo sin fin.
José Miguel Gómez Acosta
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