De la ciudad tachada a la reescritura urbana
Palimpsestos o el tejido urbano como texto
Durante años, antes de comenzar las visitas guiadas al Centro Guerrero y al Centro Lorca promovidas por la Cátedra de Arquitectura y Urbanismo del Centro de Cultura Contemporánea de La Madraza (Universidad de Granada), el pequeño y atento grupo organizado para tal visita se colocaba entre la propia Madraza y la cara lateral la iglesia del Sagrario de la Catedral de Granada. La calle Oficios muestra desde ahí un aspecto terminado, como si fuese posible concebir la ciudad, especialmente la ciudad histórica, en los términos de una obra concluida. Bajo ese aspecto integrador de la trama asentada conviven numerosos momentos, superpuestos, yuxtapuestos, borrados, reescritos, añadidos, intervenidos. Quizá esa idea, la del tejido urbano como palimpsesto, era lo más importante que se debía transmitir antes de visitar la discreta y elegante pieza patrimonial del diario Patria, transformada magistralmente por Antonio Jiménez Torrecillas en el bien conocido Centro Guerrero.
Palimpsesto: «Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente». La práctica textual del palimpsesto refleja una sensata idea de economía, ante la falta de soporte sobre el que realizar la escritura. Pergaminos y vitelas, raspados y sobrescritos, en los que la huella del texto anterior, de una manera u otra siempre reaparece. Tachaduras que relevan, en la relación de los elementos que quedan sin tachar, lazos que de otra forma no serían posibles. Así es, por definición, el tejido urbano de nuestras ciudades históricas. Suturas, propuestas, ciclos explosivos de construcción y destrucción, huellas de una transmisión que define la razón de ser de cada época.
Edificios escritos en capas superpuestas
Dice Luis Fernández-Galiano: «Las ciudades son siempre palimpsestos, y algunos edificios pueden también describirse así. Como los pergaminos medievales, que se raspaban para volverse a usar cuando la demanda de soporte para la escritura desbordaba la oferta disponible, el suelo urbano se despeja periódicamente para levantar construcciones nuevas. Y al igual que los pergaminos conservan huellas del texto manuscrito anterior, el emplazamiento de la ciudad muestra los restos y cicatrices de las intervenciones sucesivas, superpuestas en estratos e inextricablemente mezcladas por la reutilización de materiales o cimientos. La persistencia del pasado en ambos casos estimula la exploración de paleógrafos o arqueólogos, que con sus herramientas específicas aspiran al hallazgo de un original grecolatino bajo la obra de un Padre de la Iglesia, o de un anfiteatro romano bajo las trazas de un caserío gótico, entendiendo que lo más antiguo y oculto es por ello más valioso. […] Proponer hoy el palimpsesto edificado equivale a defender la pertinencia física y simbólica del aprovechamiento de lo existente».
El edificio del Centro Guerrero es la primera obra en la que el arquitecto Antonio Jiménez Torrecillas comienza a construir sobre lo construido. La premisa inicial de conservar la materia previa del edificio Patria allí donde fuese posible, transformando aquellos lugares necesarios para dotar a la antigua sede del periódico de las cualidades necesarias para albergar un museo contemporáneo, desvelan una intervención donde, tanto las capas arquitectónicas como las capas de la memoria, se superponen unas sobre otras. El ejemplo paradigmático de ese carácter de palimpsesto lo encontramos en la traza del patio previo, que persiste como una línea de escritura raspada pero aún viva, en la disposición, orientación y elementos materiales de las diferentes cajas expositivas del edificio. Además, hay una nueva línea de escritura que se superpone al texto primitivo: el ventanal abierto a los pináculos de la catedral. Se trata de una potencialidad que, al convertirse en acto, transforma los tejados decimonónicos en un mirador sobre el paisaje urbano.
Leer una tachadura
Entre las numerosas vías de experimentación del movimiento dadaísta, la manipulación de los textos existentes, ya fuese por recorte o por tachaduras, mostró nuevos caminos para desarrollar la poesía de vanguardia. Tachar de un texto cualquiera, escogido al azar, la mayor parte de sus palabras para conservar solamente unas pocas, permitía establecer una serie de relaciones nuevas en las que la sorpresa de un mensaje escondido e inesperado afloraba como se espera que surja una escultura de un bloque de mármol en bruto. Entre los ejemplos más radicales destaca el de Man Ray y su Poema fónico mudo (1934), donde el texto en su totalidad había sido tachado, palabra por palabra, sólo conservando una estructura formal, una imagen, puro ritmo sin significado ordinario o simbólico explícito, reducción del signo y del propio lenguaje. Más recientemente, en 2010, el escritor estadounidense Austin Kleon publicaba Newspaper Blackout, una recopilación de poemas ocultos en páginas de periódico (en concreto, del New York Times) que, una vez intervenidas mediante la tachadura, cobraban una vibrante vida. Así, en lugar de partir de la página en blanco, Kleon partía de un texto previo, ajeno, del que sólo rescataba aquellas palabras que consideraba útiles para el poema, tachando las demás con un grueso rotulador negro.
En Granada, la construcción del Camino de Ronda como limite a la expansión urbana de las últimas décadas del siglo pasado, supuso eliminar de un plumazo el texto de un territorio en los márgenes de lo rural, enfrentado a una monstruosa transformación. Esta tachadura constructiva borraría también la magnífica presencia del albercón islámico del siglo XIII de Alcázar Genil. No obstante, dicha tachadura, por suerte, no sería completa: la propia disposición de la vía rodada preservó los restos intocados de un fragmento de dicha alberca que, muchos años después, volverían a poder leerse gracias a la construcción de una infraestructura del siglo XXI: el nuevo metro.
La última obra de Jiménez Torrecillas también trata el tema de construir sobre lo construido. Así, la recuperación de los restos del albercón de Alcázar Genil no se convierte en una mera curiosidad histórica, sino en el auténtico leitmotiv de toda una intervención contemporánea. En ella, la lectura de la palabra superviviente entre las tachaduras, es decir, la alberca recuperada, se integra en otro texto superpuesto, colocado a su vez en un complejo contexto urbano, un palimpsesto actual, pero con tanta urdimbre como el entorno, al que nos hemos referido anteriormente, del Centro Guerrero.
Dice Juan Calatrava, a propósito de Jiménez Torrecillas y la idea de construir sobre lo construido: «Así, puede decirse que todos sus proyectos recuperan para la palabra tradición el doble sentido de un “traer” algo de otro lugar y, al mismo tiempo, “entregarlo”: es decir, evoca un pensamiento, un destello, una herencia, que vamos a buscar a nuestro pasado […] y que entregamos a nuestros contemporáneos como valiosa herramienta para la construcción del presente. Pero esa búsqueda es activa, exige una selección, una mirada crítica que criba […] ese pasado a través del cedazo de nuestro presente y que decide qué fragmentos de la historia son pertinentes para nuestra actualidad. La de Antonio Jiménez Torrecillas es, pues, una lectura histórica en un doble sentido: para él, no se trata solo de entender correctamente la historia del edificio, de la ciudad o del lugar, sino también –y sobre todo– de detectar qué elementos añadidos, qué aportes de presente, qué nuevos modos de mirar, hay que insuflar a esos fragmentos del pasado para que puedan tener una nueva vida contemporánea. Pero también para que puedan ser transmitidos al futuro, ya que, por supuesto, para el arquitecto contemporáneo […] no puede haber tradición sin transmisión, no se concibe el recurso al pasado si no es con la mirada puesta en el futuro».
José Miguel Gómez Acosta
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