En junio de 2022, Nicholas Cueva descubrió que era diabético por un episodio de cetoacidosis. Fue durante la convalecencia cuando tuvo acceso a Dall•E 2, el programa de inteligencia artificial con el que generaría imágenes para simular en Instagram que había recibido una beca de residencia artística en Machu Picchu. Dedicó la primera mitad de aquel agosto a actualizar su perfil de Instagram con imágenes solo creíbles a la mirada distraída y fugaz, acompañadas de breves frases con las que narraba su presunto logro y su devenir. A este experimento lo llamó My trip to Peru; también, Perudox.
La ficción constó enteramente de imágenes producidas con el programa de inteligencia artificial y respondía, con abundantes actualizaciones al día, a las reacciones de los usuarios de la red social. Estaba viva en el sentido en que los acontecimientos narrados provenían de un seguimiento atento de los receptores. No era una ficción producida a largo plazo, envasada y administrada con una frecuencia creíble, sino un ensayo a tiempo real, con riesgo y afectado por los mismos acontecimientos sociales y políticos que compartía con su entorno. Pero esta misma sintonía sutil, que se expresa en el ritmo de la actividad, aquello a lo que se da atención o ciertas construcciones comunicativas pasajeras, fue aprovechada por el artista para intentar volverla en su contra con un gesto burdo y excesivo: publicar imágenes de las piedras de Machu Picchu pintadas con los colores de la bandera de Ucrania.
Para entonces, Cueva ya perseguía la sospecha del público, aunque fuese por medio de su desaprobación. No daba crédito ante tanta credulidad, a lo que respondió con mayor virulencia. «Un estudio en la cima de Machu Picchu», cuenta el artista, «es un lujo excesivo para cualquier persona; pero, a pesar de lo absurdo e imposible que es, conforme la gente se lo iba creyendo, me sobrevino la preocupación por el uso ético de la inteligencia artificial. Vi la dirección que tomará, y cómo cualquier dictador podría deformar la percepción pública. Pensé que alguien debía exponer este peligro». Supuso que solo los gestos indignantes captarían la suficiente atención como para que la gente examinase las imágenes con cuidado. Así las cosas, decidió que su ficción culminaría con el incendio accidental de Macchu Picchu a causa del mal uso de componentes químicos inflamables. «Cuando “incendié Machu Picchu” muchos se enfadaron conmigo, pero encontré placer en la gente que publicaba sobre ello, en un intento de reflotar sus trayectorias por medio de mi desgracia. No creo que les importara mucho Machu Picchu ni que intentaran ayudar. Solo querían tomar parte en mi destrucción, por lo que no les culpo». Ya antes había convencido a muchos usuarios de que había pintado sobre las piedras de Machu Picchu durante un delirio psicodélico, por lo que recibió reprimendas y acusaciones de profanación.
En el experimento de Nicholas Cueva convergen las fantasías de los precarizados trabajadores del arte contemporáneo con la fragilidad de la imagen producida por programas de inteligencia artificial —uno rudimentario, sus costuras al descubierto— porque, ante todo, funciona como un test de estrés a la red social, como espacio de reafirmación del capital social por medio del capital simbólico. Pero el experimento, que tanto depende de la administración de la mentira, tiene mucho de accidental. La resolución del experimento no arroja luz sobre por qué los usuarios de la red social tomaron por real una ficción casi confesa, que rozaba una y otra vez el filo del estrecho acantilado de su credibilidad. No pareció que el artista se preocupara por las causas. La responsabilidad se diluyó en una culpa generalizada, vertida en el público. Pero la confianza en la información no solo depende de su calidad, sino de quién la transmite y en qué contexto. My trip to Peru se salva, muy ajustadamente, por la mediocridad de las imágenes: de haber sido más creíbles, el experimento no hubiese tenido mayor fundamento que la falta de sensibilidad hacia la confianza o hacia la falta de herramientas de usuarios menos versados para leer las imágenes.
Cueva parodió la mirada exotizante y se retrató a sí mismo como un príncipe Myshkin de los Estados Unidos, igual de bienintencionado que torpe. En palabras del artista, «se trata de un mundo paralelo en el que soy el triunfador sin preocupaciones que me gustaría ser, y el imbécil sin suerte que mis enemigos querrían que fuese». Salvo por Machu Picchu, su ficción no se apoya en ninguna otra manifestación artística, social o política vernácula concreta. Retrata Perú como un paraíso frondoso cuyos museos de imposible arquitectura custodian pinturas e instalaciones actuales y genéricas junto con vasos, máscaras y figuras de oro ansiadas por los colonizadores españoles. En este sentido, Cueva desaprovecha la oportunidad de elaborar su ficción a partir de una investigación profunda, una que cuide aquello que realmente sucede en Perú. Aunque puede arroparse con sus objetivos —desafiar la credibilidad de la red social y, quizás, minar la suya; objetivos que no exigen un conocimiento profundo del país andino—, la ficción podría haber involucrado, o se podría haber sustentado puntualmente, sobre acontecimientos, la cultura y las condiciones materiales reales, para luego tensarlas. Aparte de los absurdos que pasaron por hechos a ojos de algunos usuarios de la red, absurdos cuyo pertinaz cultivo sugiere algún grado de ensañamiento, My trip to Peru también hubiese encontrado riqueza en la búsqueda de la mentira bella, en la oportunidad de la ficción utópica de desilusionar, a su cierre, a quienes la tomaron por realidad.
Es innegable que el artista hizo las cosas como las hizo condicionado por su delicado estado de salud. A lo largo de la crónica que el mismo Cueva redactó sobre su trabajo My trip to Peru, vincula algunas de sus ideas y movimientos con su convalecencia, complicada por una intoxicación por metales, que afectó al páncreas y al corazón del artista y de otros trabajadores de su entorno. En su crónica deja entrever que aquel complejo estado corporal fue decisivo en la confección de la ficción; hasta llega a declarar que «Machu Picchu es una metáfora de su cuerpo, más o menos». Por importante que fuese para él vehicular la ficción por medio de una analogía con su cuerpo, la verdad sigue siendo su principal preocupación:
«Me interesa ser un “alborotador”, un productor de problemas menores, con el fin de que los verdaderos agentes problemáticos no puedan comenzar guerras: las masas, con su capacidad de sospechar, deben ser implicadas. […] Imagino un movimiento artístico antivisual, ya que las redes sociales han sido saturadas y la atención requiere un precio. Más aún cuando la inteligencia artificial ha hecho “la imagen” ubicua, las bellas artes reaccionarán. Normalmente se retiran hacia lo enrarecido, ya que es un vehículo para el valor, lo que requiere rareza.
Pero es un error pensar en las redes sociales como una representación de la realidad, al igual que pensar en la búsqueda de Google como una investigación real. Sea lo que sea el arte, requiere una mente en un mundo con estados desconocidos. La inteligencia artificial nunca será eso, ya que solo hace lo que sabe. Cualquier imagen o búsqueda que la inteligencia artificial haga, tautológicamente no será arte. Las redes sociales, por desgracia, están libres de accidentes: no encontrarás nada, sino que se te suministrará, porque en el pasado consumiste algo similar. No me parece el lugar idóneo para encontrar, sino para registrar».
Nota sobre las fuentes: Para la redacción de este texto, las tres principales fuentes de información han sido la crónica que Nicholas Cueva dedicó a su experimento (ver link más abajo), su cuenta de Instagram y una entrevista que nos concedió y que le agradecemos. Todas las referencias a las palabras de Nicholas Cueva han sido traducidas al español por Juan Viedma, al igual que el anterior texto que dedicó al artista.
Para la crónica del artista, léase: Cueva, Nicholas. (24 de marzo de 2023). My trip to Peru: an AI morality play. High Art. Recuperado el 14 de julio, luego de nuevo el 2 de septiembre, de: <https://highart.substack.com/p/my-trip-to-peru>
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