Nuevas propuestas arquitectónicas en los Premios del Colegio de Arquitectos de Granada
Un instante colectivo
La primera vez que tuve relación directa con los premios del Colegio de Arquitectos de Granada fue para poner voz a las palabras de agradecimiento con las que Antonio Jiménez Torrecillas se dirigía a sus compañeros de profesión en lo que, finalmente, acabaría siendo una despedida definitiva. Aquel día se inauguraba la exposición que mostraría las obras concurrentes y las premiadas. Un instante colectivo en el que arquitectos y público general se unían para contemplar el resumen de las propuestas arquitectónicas más destacadas para la ciudad y su provincia. El comienzo del texto de Jiménez Torrecillas para aquella jornada sigue estando, de algún modo, perfectamente en vigor a día de hoy:
«Pienso que, en este día tan importante para la arquitectura en nuestra ciudad, lo primero que debemos hacer es agradecer a esta Junta Directiva el esfuerzo por rescatar este acto colegial que comenzó a celebrarse en 1996 y que pretende hacer pública la aportación de los arquitectos granadinos como traductores de los deseos de sus ciudadanos. Un acto donde nos mostramos los unos a los otros las alegrías de nuestro trabajo, la satisfacción que nos produce el camino que recorremos hasta sacar una obra adelante. Este acto en el que nos encontramos, por tanto, es importante a dos escalas: primero la colegial, que es una escala íntima, casi privada, y después a otro nivel todavía más importante, más abierto e incluso más trascendente, que es la escala de la ciudad. […] Es emocionante constatar cuánto esfuerzo, cuánta dedicación y, por qué no decirlo, cuánto amor, reúne el trabajo de nuestro colectivo. No hace falta más que pasear por la exposición y comprobarlo en cada uno de los paneles, en cada uno de los dibujos que muestran públicamente el resultado de la confianza que la sociedad ha depositado en nosotros. Una confianza que materializa un deseo de transformación, en nuestro caso, el deseo de transformación de la ciudad de Granada y su provincia».
Granada, aquí, ahora
Dice el arquitecto Emilio Tuñón: «No se trata de hacer pequeños o grandes edificios, sino de hacer sólo aquella arquitectura que realmente sea necesaria, que realmente responda a la escala del lugar donde se inserta, y que realmente esté al servicio del ser humano y de la sociedad».
La visión conjunta de todas las propuestas presentadas a los premios del Colegio de Arquitectos de Granada es una radiografía perfecta, una foto fija, que refleja un instante concreto e irrepetible. En este caso, la compleja situación vivida a raíz de la inesperada pandemia que paralizó nuestras vidas y que modificó tan hondamente nuestra relación con la ciudad. Un periodo extraño en el que la obra civil, en gran medida, dejó paso a obras más domésticas o de menor escala. No obstante, la calidad de las obras demuestra el buen pulso de nuestra arquitectura.
Obra nueva, obra residencial, interiorismo, innovación, sostenibilidad, restauración, rehabilitación, urbanismo, paisaje, arquitectura transversal, arquitectura joven y arquitectura hecha fuera de Granada son las categorías en las que se dividen los premios, auspiciados por nombres propios como los de García de Paredes, Leopoldo Torres Balbás, José Guerrero, Antonio Jiménez Torrecillas y Carlos Pfeifer. En esta edición, los premios han recaído en obras valiosas, pero, ante todo, en conceptos valiosos de los que todos los compañeros de profesión, en mayor o menor medida, podemos nutrirnos para hacer mejor nuestro propio trabajo.
Algunos ejemplos, algunos conceptos
La abstracción y síntesis de los secaderos, casas y materiales de la Vega (una reflexión troncal en la tesis de Antonio Jiménez Torrecillas) aparecen en dos proyectos destacados: el estudio de Soledad Sevilla, obra de Antonio Cayuelas Porras, Rocío López Berenguer y Miguel Cayuelas Barrio, y en la casa Viva la Vega de Juan Antonio Serrano García y Paloma Baquero Masats. En el primero (mención al Premio de Arquitectura García de Paredes a obra nueva) el interés por las arquitecturas agrícolas de la Vega de Granada, especialmente por los secaderos de tabaco, compartido por artista y arquitectos, da como resultado un proyecto basado en las «casas de sombra y aire», una denominación para los secaderos que marca la línea de investigación sobre el origen de esta tipología como arquitectura industrial con desarrollo constructivo popular. En el segundo proyecto (Premio de Arquitectura García de Paredes a obra residencial), se busca un equilibrio entre los deseos y recuerdos de carácter agrícola de los clientes, y sus necesidades específicas, capaz de materializarse a través tanto de los elementos presentes en el lugar como en las infraestructuras agrícolas colindantes.
Más allá de la memoria de los secaderos, entre todos los valiosos proyectos presentados, premiados o no, en esta edición, cabría destacar las propuestas para hacer mejor la vida de personas en situación de discapacidad, las soluciones globales de interiorismo, la corrección científica de la restauración, el urbanismo real de la provincia o el paisajismo lúdico de nuestras periferias. También ejemplos concretos, como la sensibilidad de abrir una ventana en el patrimonio más delicado, la rehabilitación de las casas cueva, la resolución de una escalera como espacio público con un solo gesto, la representación más creativa de la arquitectura en forma de recortable o la vivienda colectiva que integra los ambientes de la arqueología industrial de su entorno. Y, junto a todo ello, conviviendo como eslabones de una misma cadena, la memoria de los arquitectos olvidados y la presencia de una juventud llena de innovación, frescura y solvencia.
Tan sólo una obra de arquitectura
Como se dijo al comenzar este texto, la primera vez que tuve relación directa con los premios del Colegio de Arquitectos de Granada fue para poner voz a las palabras de agradecimiento con las que Antonio Jiménez Torrecillas se dirigía a sus compañeros de profesión en lo que, finalmente, acabaría siendo una despedida definitiva. En un momento del pequeño discurso, escrito desde la convalecencia por el arquitecto, se reflexionaba sobre la capacidad de acción del individuo en la gran obra colectiva que son nuestras ciudades. En los límites y los miedos presentes en cualquier profesión, pero también en los infinitos modelos y posibilidades de acierto, crecimiento e ilusión por mejorar tanto la vida urbana como la doméstica. En palabras de Jiménez Torrecillas:
«[…] recuerdo, hace muchos años, cómo Ramón Fernández Alonso, un arquitectazo como la copa de un pino, me dijo: “Un individuo, si a lo largo de su vida es capaz de hacer una sola obra de arquitectura, se puede considerar arquitecto”. Esta afirmación me llenó de ánimo para intentar realizar al menos una. Deseo que este recuerdo sea útil para cualquier compañero, en especial para aquellos que comienzan su andadura profesional».
Sirva este breve recuerdo a todos los arquitectos y obras presentados a la séptima edición de los Premios de Arquitectura del Colegio Oficial de Arquitectos de Granada para enfatizar el valor de una obra, la ciudad, que construimos incesantemente entre todos.
José Miguel Gómez Acosta
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