En una sociedad donde la sobreexposición de la intimidad a través de las redes sociales se ha convertido en pocos años en una práctica común, la capacidad de debatir sobre otro tipo de intimidades públicas sigue siendo deficitaria, y es que llevando la cuestión de lo público al extremo nos encontramos con la realidad de la prostitución. No es exagerada la comparativa –escueta y general, todo sea dicho– teniendo en cuenta que hace diez años nadie daría por coherente la exhibición que actualmente hacemos cada día sin que nos tiemble el pulso. Es importante resaltar que tras la eclosión de las redes sociales nos hemos entregado a merced de un mercado cuya dinámica la mayoría desconocemos, pero que asumimos entre la ingenuidad y un ego tergiversado a golpe de bytes. Pero si en algo estaremos de acuerdo, es que el ámbito privado lo es cada vez menos y sin embargo aún nos inundan los prejuicios a la hora de afrontar eficazmente cuestiones como el mercado sexual, olvidando que todos hemos vendido nuestra imagen públicamente.
Hace casi doce años, cuando nuestra intimidad se encontraba mucho más a salvo y el enjuiciamiento emitido sobre una trabajadora sexual podía expresarse desde la protección que nos proporciona el silencio y el anonimato, se realizó en 2007 la muestra Los Colores de la Carne, comisariada por Joan Fontcuberta y acogida por el Centro José Guerrero, un proyecto expositivo que terminó siendo uno de los más interesantes realizados en España en los inicios de siglo. Un total de ocho relevantes fotógrafas aportaron su personal visión sobre la prostitución, contribuyendo a darle visibilidad desde diferentes perspectivas que abarcaron desde el bello y desinhibido retrato de Maya Goded a la mirada infiltrada de Merry Alpern, pasando por el modo en que Paz Errázuriz revela la doble discriminación que sufren los travestis que ejercen la prostitución en Chile o cómo Alicia Lamarca se introduce en los escenarios íntimos nada más terminar el acto sexual, mostrando la huella del falso amor en las Noches de San Valentín.
Una década más tarde podemos hacer balance y observar que la manera de abordar la prostitución no ha cambiado en nuestros días, pero la reflexión sobre el impacto que hubiera tenido en la actualidad proyectos como Los Colores de la Carne se hace inevitable, así como la necesidad de trasladar su mensaje a un presente que cada vez tiene más voces y menos memoria. No debemos olvidar que la principal reivindicación de cara a la prostitución pasa por su adecuación al cumplimiento de los derechos humanos, situaciones que suponen una inmensa minoría y donde las trabajadoras sexuales suelen ser víctimas a nivel físico, jurídico, político e incluso social, donde la profundidad de su estigma traspasa los límites de la historia. Como menciona Fontcuberta, «más allá del tópico de que junto al arte de la guerra se trata del más viejo oficio del mundo, el comercio sexual nunca ha perdido actualidad». Ni la perderá.
Los Colores de la Carne alude a una interesante e intencionada contradicción, donde el comisario habla de la necesidad del uso del blanco y negro en la fotografía como «una codificación de un rechazo del colorismo seductor de los mass media». Este acto de decoloración alude al discurso de neutralidad sexual como muestra de respeto hacia las trabajadoras de este ámbito, pero también pone de manifiesto no solo la anulación identitaria de estas, sino también de los «clientes»: el cuerpo es solo carne consumida en un espacio intemporal, en una cama o habitación cualquiera por un hombre que tampoco es nadie. Y en esta última afirmación es importante detenerse: las trabajadoras sexuales adquieren un rol paralelo a su identidad fuera de su trabajo para el noble fin de la supervivencia, pero quienes consumen sus servicios no albergan nobleza ni identidad paralela, son –en su mayoría– simplemente cómplices de un delito.
Dar visibilidad es importante, pero de nada sirve si no se perpetúa en la memoria, por ello, la fotógrafa Alicia Lamarca recuerda con nosotros algunos aspectos de lo que para ella significó trabajar en esta muestra con un proyecto que denominó Las Noches de San Valentín en el Edén, en el que se observan imágenes de las camas deshechas tras los encuentros sexuales en un club nocturno, un recurso sutil que nos conduce a la idea de la ocultación y que alberga una doble lectura: la huida de la recriminación y la complejidad de su comprensión:
PREGUNTA: Cuando el Centro José Guerrero expone Los colores de la carne en el año 2007, no acostumbrábamos a este tipo de proyectos. Con la perspectiva del tiempo, ¿qué opinión te merece la exposición?
ALICIA LAMARCA: Sin lugar a dudas esta exposición se adelantó a su tiempo. A día de hoy, con el feminismo tan a flor de piel, hubiera tenido una repercusión enorme. Hay que tener en cuenta que se habla de la prostitución, un tema fundamentalmente masculino pero contado únicamente por mujeres.
P.: Para realizar Las Noches de San Valentín en el Edén, obtuviste el permiso del propietario de un lugar de alterne –llamado El Edén–, ¿cómo surge la idea de fotografiar en este local justo en las noches de San Valentín?
A. L.: Desde el primer momento que surge la idea de hablar de la prostitución, me propuse no caer en estereotipos, ni posicionarme a favor o en contra. Por eso me enfrenté al tema con una mirada poética y que fuera el espectador el que entrara en juicios. La noche de San Valentín es la más romántica para muchas personas y pensé en el tipo de cliente que acude a un burdel en una fecha tan señalada. ¿Acudirá por soledad? ¿Por lujuria? ¿Porque ha discutido con su pareja?
P.: En la mayoría de tus trabajos el rostro y el cuerpo tienen una gran carga de información y se percibe tu interés en indagar la identidad del individuo a través de ellos. Sin embargo, en esta serie no existe la mirada del voyeur sino que optas por fotografiar las camas después del acto sexual, ¿quizás por respeto o por pudor?
A. L.: Al abordar este tema desde un punto de vista poético, sentí la necesidad de que fuera el espectador el que le diera sentido al discurso. Por este motivo prescindí de personajes y obligué al espectador a imaginarlos partiendo de una cama revuelta. A través de los restos del encuentro sexual, el espectador imagina lo que ha sucedido dependiendo de sus propias ideas, censura o apoya la prostitución.
P.: Al contemplar tus imágenes y teniendo en cuenta el contexto en el que las realizaste, podemos imaginar incluso la carga en el ambiente, el olor… elementos que van más allá de la fotografía.
A. L.: Realmente, estos lugares son muy limpios y respetuosos.
P.: En tu serie se crea una serie de transgresiones: por un lado en el caso de la prostitución entendemos que no hay mayor transgresión que la realizada sobre un cuerpo. Por otro, esa habitación, entendida como espacio de intimidad, es transgredida por su presencia. ¿Cuál era tu actitud como fotógrafa en ese contexto y cómo te sentías?
A. L.: Bueno, tengo que aclarar que yo no estaba presente durante los encuentros sexuales, yo esperaba en el bar discretamente y me avisaban cuando la habitación quedaba libre. Cogía la cámara y el trípode y hacía las fotografías. Que te permitan entrar en estos lugares es muy complicado y el respeto hacia los clientes y trabajadoras es fundamental. Mi actitud era de curiosidad, buscaba pistas para poder contar una historia.
P.: Teniendo en cuenta la valentía que se presupone tener para abordar un trabajo como Las Noches de San Valentín en el Edén, ¿viviste alguna situación que te impactara o marcarse especialmente?
A. L.: Si te soy sincera, lo que más me sorprendió fue la normalidad del lugar. Como un bar cualquiera, con más oscuridad por supuesto, pero con personas normales que podrían ser nuestros amigos o familiares, con un trato correcto. La diferencia estaba en las mujeres, ligeras de ropa y muy atentas. Pero no era un lugar decadente, lujurioso o denigrante.
Esos lugares terribles existen, pero estoy segura que es más habituales encontrarlos en países menos desarrollados o conflictivos.
P.: Desde la exposición de la muestra en 2007, ¿crees que ha cambiado algo en estos doce años en cuanto a cómo son percibidas las trabajadoras sexuales y los debates derivados de su profesión?
A. L.: Desde mi punto de vista es un tema que no ha evolucionado mucho. No se habla de ello, no se permite hablar de ello y no dejan que sean las propias trabajadoras las que hablen. Me refiero por supuesto, a las que han elegido libremente, que las hay. El resto de prostitución, TIENE QUE DESAPARECER, no se puede comerciar con mujeres. Las personas no somos mercancía.
También es una cuestión de educación, cada vez hay más hombres que entienden cómo muchas prostitutas han sido obligadas a serlo y no quieren formar parte de ello ni fomentarlo. Aunque desgraciadamente, estos hombres siguen siendo una minoría.
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