El reciente 21 de diciembre nos dejaba uno de los historiadores del arte más destacados del pasado siglo, Robert Rosenblum.
Entre tantas distracciones, un servidor se enteró por casualidad, al ver su cara entre las fotografías de otros que también nos dejaron el pasado año, como Jason Rhoades o Nam June Paik. Rosenblum se merece este recuerdo no sólo por su trabajo como crítico e historiador, sino también porque fue uno de los primeros invitados en el ciclo Por el Color del Centro, allá por el año 2002. Con una conferencia titulada como la pintura de Barnett Newman, ¿Quién teme al rojo, amarillo y azul? , cautivó a todo un auditorio con un tema como la desaparición de la sensualidad, a través del abandono sucesivo de ciertas tonalidades, desde Franz Kline hasta Dan Flavin. Una conferencia hilvanada con precisos datos históricos, amplias referencias visuales y algo muy poco habitual, como la cuidadosa observación de todas las obras que proyectaba. Un trabajo que nacía de la erudición de décadas, pero
también de un enorme placer en la contemplación. Y es que Rosenblum representaba a la vieja escuela, un modernist, como le llamaban sus estudiantes del Institute of Fine Arts de la NYU, alguien que rechazaba la teoría por la mirada y la estética por la historia, keep away from theory, nos advertía, un historiador cuyos maestros pasaban por Alfred Barr o George H. Hamilton y al que la reciente llegada de la teoría crítica había dejado en fuera de juego, I hate Rosalind Krauss, repetía en más de una ocasión. Rosenblum, firme creyente en las vías de continuidad de una modernidad nacida en el siglo XVIII con múltiples caras, como demostraba en su Transformaciones en el arte de finales del siglo XVIII o en La pintura moderna y la tradición del romanticismo nórdico, rechazaba el término postmodernidad y prefería hablar de modernismo tardío.
Sin embargo, hay algo que no cuadra en este perfil de formalista historicista. En su faceta de comisario para el Guggenheim, destaca 1900. Art at the Crossroads, una exposición donde él mismo se encargaba de demostrar las similitudes, afinidades temáticas e incluso influencias entre la pintura más regresiva y pompier y la vanguardia. Bouguereau, el pintor del buen acabado, era puesto a la altura de Picasso; Gerôme a la de Matisse…¿Qué era aquello? Quizá otro episodio más del sentido del humor y relativismo histórico que le habían conducido a interesarse por temas tan banales como la representación del perro en la pintura moderna o a ser un firme defensor de artistas como Jeff Koons, Gilbert & George o Jake y Dinos Chapman. Rosenblum, después de todo, era un perfecto ejemplo de la permeabilidad de la postmodernidad más irónica. Y lo era tanto en sentido profesional como vital, capaz de hablar con igual entusiasmo de la invención del collage que del jamón, o de alabar la pintura de Sánchez Cotán con un bodegón kitsch comprado como souvenir, pero también de permanecer en silencio ante la solemnidad de las manifestaciones de la gran cultura europea de la edad moderna, como el Palacio de Carlos V o la pintura de Alonso Cano, y de realizar las observaciones más brillantes y agudas. Se ha ido, pues, un historiador del arte que nunca dejó de enseñarnos, pero tampoco de aprender. Adiós, Robert, fue un verdadero placer.
Una noticia así siempre es triste, aunque gracias por el texto, no conocía esa faceta tan humana de rosenblum
no podrías colgar parte de su conferencia en el Centro Guerrero?
Gracias por la noticia y por tu texto, porque aunque sea triste nos situa en el momento exacto de nuestra desconcertante historia y nos permite ser conscientes, con mayor desconcierto aún, de nuestra posición como espectadores o historiadores del arte.
estupenda necrologica… en la otra punta del planeta se agradecen las noticias ‘del otro mundo’. Espero que sirva para reflexionar sobre los historiadores que, desde su rechazo a estar a la mode y unirse a la ultima ola, se han mantenido vigentes, alerta y sin confundir lo joven con lo nuevo.
Gracias de nuevo por el texto!
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