ALA OESTE / PABELLÓN DUBUFFET
1. Sala de reconocimiento
Se dice que para ahuyentar a un lunático tienes que convencerle de que eres todavía peor que él. Contarle una historia más extravagante que la que él pueda mantener. Pero ocurre que, cuando llenamos el depósito de historias, sean propias o ajenas, nos saciamos y tenemos que retirarnos a esperar que esas historias se filtren y salgan al exterior en forma de sudor o lágrimas. En esos huecos de la espera es donde la determinación del obsesivo o del paranoico se fortalece. En cuanto a ti, tienes la sensación de que te disuelves un poco cada vez que cuentas tus peripecias. Es como si únicamente estuvieses compuesto de un puñado de detalles que tu organismo va regenerando o reorganizando. En parte es por eso que no te interesa contar historias cuando haces fotos, porque ya tienes bastante cantidad de ellas y lo que buscas es una imagen fija que las abarque a todas. Y a menudo, cuando empiezas a narrar lo que tienes en mente, piensas que a nadie realmente le importa.
Las fotos, como las canciones o los cuadros, nos proporcionan respuestas, pero rara vez sabemos cuáles eran las preguntas. Para eso están las historias. Nuestra época está tan llena de historias como de imágenes. Y la mayoría de esas historias se construyen desde el delirio. Es posible que dentro de algún tiempo dejemos de pellizcarnos y nos creamos cualquier cosa. A ti ya no te parece increíble lo que te sucedió hace una semana. Ya lo has aceptado. Está en ti. Tu recuerdo es tuyo, solamente tuyo, y eso es un problema cuando quieres compartirlo.
No sabes si tus fotografías servirán de algo. Estás nervioso por la inauguración. No es una sensación totalmente nueva. Hace años fuiste comisario de algunas exposiciones, pronunciaste conferencias y se te daba bien hablar delante de cámaras. Hoy no tendría por qué ser distinto, salvo por el detalle de que es tu trabajo el que otros van a mirar. No esperas que tu producción cause escándalo o espanto porque casi ninguna lo hace, pero aun así te has anticipado y guardas argumentos para casi cualquier reacción. Por otro lado, conoces precedentes de traumas a partir de la observación de la obra de un artista.
Así que estás convencido de que como fotógrafo no te interesa tanto retratar el mundo como encontrar una imagen que te conduzca a otra. Estás seguro de que eres tú quien va en búsqueda del arte y no al contrario. Que lo principal no es estar en un sitio adecuado en un momento concreto, sino atravesar un estado de ánimo apropiado para observar. Otra mentira que te gusta es decir que le has sacado el jugo a la vida, que nunca ha existido mejor momento para dedicarte a la fotografía.
Sabes que tus fotografías están hechas para ojos cansados. Piensas verdaderamente que nuestros hijos menospreciarán todos nuestros logros y todas nuestras leyes. Aseguras que no te preocupa el mañana. Repites una y otra vez que tus fotografías son para todo el mundo. Vas aún más lejos cuando afirmas tajantemente que no eres más inteligente que tus espectadores, porque en definitiva todo el mundo es un clon inteligente de ti, tu ojo no es sino un clon de plata y cromo, atravesado por la vida de tu cámara. Y que en el fondo, después de extraer todas las capas existentes en aquello que retratas, eres, fuiste, y serás una criatura arrancada de las garras de un sueño que quiso ser delicioso.
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