Revisando la bibliografía para el catálogo razonado de José Guerrero, es curioso notar cómo contrasta la presencia fantasmática del pintor en Estados Unidos con una serie de anécdotas que nos intentan convencer de que, en efecto, se trató de un artista con éxito; condición ésta -vanguardia y éxito- ineludible, y trágica, desde la publicación del reportaje sobre Pollock en la revista Life . A esta creencia, cierta de manera intermitente, se le une la caracterización del arquetipo del expresionista abstracto en la pintura del granadino. Creencia que cobra intensidad en la crítica española de los ’70 y ’80, quien vio en la personalidad de Guerrero un eslabón perdido con una modernidad canónica tras una situación de excepción, a la vez que una reafirmación en la pura forma de la pintura, que justificaba el goce de una vuelta al oficio más festiva que meditada. Escribía Moreno Galván en la revista Triunfo en 1976:
(…) para Guerrero, pintar es una fiesta panteísta en la que cada color ya estampado va reclamándole el color de su su complemento y cada forma una nueva forma. Guerrero es pintor por «la gracia de Dios». Tiene, yo creo, un instinto casi «animal» de la pintura, que lo hace identificarse con ella solidariamente.
La construcción de un sujeto intuitivo, de pura acción que cobra identidad en la práctica pictórica, formaba parte de un proceso narrativo de formación de la biografía artística, inserto en la historia del arte desde el s.XV, según han demostrado Ernst Kris y Otto Kurz. La tarea de presentar a Guerrero como un artista irreflexivo, directo y salvaje contradecía a cualquier vinculación teórica o conceptual del pintor. Atrás queda el gesto más frío y distanciado de las Fosforescencias, propio de una pintura planificada, atenta a su propia constitución material, pero también las referencias literarias de Guerrero. En este sentido, destacan dos alusiones que pueden ayudar a entender su condición de expatriado, de excéntrico, de persona que intenta estar siempre en el sitio justo, pero no en el instante preciso, así como su concepción de la pintura.
La primera alude a José Bergamín, a quien sabemos por su biblioteca que Guerrero leía, anotaba y admiraba. No sólo una obra de Guerrero llegó a ilustrar un volumen de la antología periodística de Bergamín, sino que incluso Guerrero presentó una obra firmada ficticiamente por Bergamín y él, a modo de autoría colectiva, para la subasta Arte y Solidaridad que tuvo lugar tras las riadas en Valencia, obra que, por cierto, permanece perdida a día de hoy. Quizá sea esta admiración la clave para entender la cuestión de la nacionalidad en el pintor, que no encaja
dentro del esquema de Guilbaut de expresionismo abstracto como lingua franca del individualista hombre de acción liberal, ni con las referencias constantes a la patria perdida que pueblan la crítica española. Escribía Bergamín: Fui peregrino en mi patria desde que nací / y fue en todos los tiempos que en ella viví,/ y por eso sigo siéndolo ahora y aquí / peregrino de una España que ya no está en mí. / Y no quisiera morirme aquí y ahora /para no darle a mis huesos tierra española. Una condición que quizá se asemeje a aquellas declaraciones de Guerrero de me fui porque simplemente quería ser pintor tras hollar París, Roma, Berna y Nueva York. No llega, pues, a encajar la admiración hacia Bergamín en el esquema de añoranza y alusiones constantes que hasta ahora se nos ha presentado de Guerrero.
La segunda referencia quizá nos ayude a matizar otro lugar común, el de Guerrero como un pintor greenberguiano, siguiendo las pautas marcadas por el crítico en cuanto a espacio, construcción y ensimismamiento de la pintura. Las conexiones entre ambos no fueron constantes, sin embargo. En un texto, el único sobre el pintor, Greenberg se refiere a Guerrero como un expresionista abstracto rutinario, pero que empieza a desarrollar una voz singular. Quizá esta voz singular sea la del viejo ut pictura poesis horaciano, ya que otra referencia constante en las lecturas de Guerrero fue el poeta Jorge Guillén. Declaraba Guerrero en 1982: La poesía de Jorge Guillén me intrigaba y me atraía muchísimo. Cántico lo he leído y releído infinidad de veces. Sus versos me ganan más y más cada vez que vuelvo a ellos: por su arquitectura, por su estructura, bastante abstracta también, y naturalmente, por su claridad y hondura. Sorprende cómo el pintor usa los mismos adjetivos para describir la poesía de Guillén que su pintura, unas declaraciones que se repetirían a menudo desde que Guerrero llegara a Nueva York, ciudad donde ambos se conocieron. Así, no es de extrañar que acabaran publicando Por el color, una carpeta de obra gráfica a partir del diálogo entre poeta y pintor.
Dos referencias, en definitiva, Bergamín y Guillén, que bien pueden representar un Guerrero alejado del mito del buen salvaje.
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