4. Sala de exposiciones
Dice una breve reseña en el Nedham Independent:
La exposición recoge medio centenar de fotografías que indagan profundamente en el ambiguo concepto de lo extraordinario. El visitante podrá asistir, como si lo hiciera por medio de vistazos indiscretos entre los resquicios de una puerta, a unas vibrantes escenas de otro mundo, mucho más allá de la perplejidad que despiertan sus protagonistas.
Un muchacho lee un periódico con noticias del repunte de la Bolsa en portada. Los organizadores de una protesta miran los precios en el interior de una cafetería. Un prototipo de máquina del tiempo. El gerente de una tienda de discos hace inventario entre unas pilas de vinilos que parecen las columnas de Hércules. Un hombre interpreta al Capitán Nemo en tierra firme a cambio de unas monedas. El dueño de un Ford Mustang negro descapotable de 1965 espera subido a un bordillo, vestido de militar y ajustándose los bajos del pantalón. Un cerdo con gafas de sol reposa tumbado en una acera; alguien le ha pintado el eslogan de una campaña electoral en el costado. Estas son algunas de las imágenes que el visitante podrá atisbar a través de La puerta estrecha.
Uno nunca olvida los olores de los lugares en los que ha pasado la mayor parte de su tiempo. Aquella cafetería de la fotografía mantenía un leve olor a especias debajo del fuerte aroma del café oscuro tostado y los licores de origen irlandés. Mientras hacías las fotos, pensabas de qué manera podían tus fotos reflejar sentidos como el olfato, o incluso el gusto. Para una de las imágenes descartadas pasaste horas en lugares donde la niebla matutina hacía su recorrido. Llegaste a capturar la silueta de un coche que se recortaba contra el amanecer. Parecía un automóvil fantasma: los faros delanteros eran los ojos de una criatura que se retiraba a su cueva, y las luces antiniebla traseras formaban extraños reflejos que difuminaban la silueta. De fondo, además, captaste las piernas de un peatón que cruzaba la calle y se hundía en la esponjosa bruma. Era una imagen hermosa, pero ojalá pudieras hacer que el observador percibiera también el silencio atravesado por el acercamiento del vehículo.
De hecho, empleaste varios días en buscar soluciones. Fotografiaste planos generales del estudio jugando con los colores de los distintos objetos, variando la posición de muchos de ellos. Fotografiaste charcos, cables de electricidad, semáforos, periódicos arrugados, o diversos tipos de óxido. Aquello te llevó a detenerte en detalles concretos, como las manos de los internos del sanatorio. Tal vez, en el futuro, el ser humano encuentre algo que supere la fuerza de la imagen, algo más primitivo, algo de lo que no cueste tanto esfuerzo desprenderse y que a su vez supere todo lo abrumador que nos provee la técnica.
Por alguna razón que se te escapa, te ponen nervioso las fotografías de perspectivas muy forzadas, aquellas que reflejan claramente que el fotógrafo está jugando (aunque tú también lo hagas) o dispara sin pensar en lo que entra en su encuadre. Esa molestia se ha acentuado desde que te has decidido por utilizar el formato analógico, que te obliga a ser mucho más selectivo. Si sacas fotografías de cualquier cosa mínimamente extravagante, la película se termina pronto. Así que debes reflexionar, mientras trabajas, sobre qué es lo merece ser fotografiado.
Esta mañana has encontrado una nota doblada sobre la mesa de tu estudio. Debe de pertenecer a uno de los trabajadores de la sala de exposiciones que a veces hacen un recorrido de vigilancia por los estudios y talleres. Cada vez ves a más personas alrededor, la actividad dentro de la institución es creciente. La nota proporciona una lista de preguntas un tanto crípticas:
– ¿Y si los que no están cuerdos fuesen siempre los otros?
– ¿Y si perder la orientación fuese el único arte verdadero?
– ¿Y si la vida fuera, en el mejor de los casos, un tostón?
– ¿Y si nunca te recordara nadie?
– ¿Y si todo estuviera conectado?
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