3. Talleres / Estudios
La fotografía se ha transformado en tu forma principal de meditación. Pero sobre todo se ha acabado convirtiendo en un modo de relacionarte con el entorno. Casi no hablas, porque ahora miras el mundo a través del objetivo.
Tu proyecto se fundamenta en un trabajo analógico. Aun así, eres partidario de pasar el menor tiempo posible manipulando fotos. No te gustan los trucajes, ni jugar con el contraste, y sólo haces correcciones de temperatura. Te han puesto en contacto con un par de hábiles técnicos de laboratorio a los que envías tus negativos y ellos te los devuelven en un par de días. Analizadas las fotos de una primera tanda, les pasas a tus colaboradores los negativos marcados con alguna indicación, y luego de ahí van a una caja donde guardas el contenido de tu exposición. Siempre tratas de conservar los negativos en el mejor estado posible, y has visitado el laboratorio para conocer ciertas técnicas: cómo utilizan la gelatina o la goma arábiga para añadir pigmentos de carbono o de amarillo cromo. Uno de ellos fotografía obsesivamente lámparas de neón y trabaja con cianotipia para obtener impresiones de algas marinas y hojas.
El análisis más concienzudo de las imágenes lo dejas para unos días después de que transcurra ese milagro del primer revelado. Ahí es cuando eres capaz de determinar si una foto contiene lo que tratabas de mostrar y si has dado con el «momento justo», con ese instante en el que captas lo esencial y lo rodeas elementos que lo vuelven inaudito. Esa es la función del escritorio de tu austero estudio: bajo una luz potente te inclinas sobre los negativos y marcas con rotulador los que luego se volverán a revelar. Comparas las primeras fotos aleatoriamente, porque así has educado a tu ojo, y en un cuaderno tratas de describir, con la mayor precisión posible, lo que tienes en mente mientras analizas la imagen.
La expresión escrita es lo que más te ha costado de todo. Al principio era achacable a la falta de práctica, pero con el paso de los días tu indecisión es más propia de quien no está acostumbrado a reflexionar en el panorama completo donde debe insertar lo que hace ni tampoco tiene la disciplina que requiere pensar en categorías, comparar estilos y recurrir a lo dicho por otros. Decidir los títulos, tanto de la exposición como de las fotografías, te resulta muy duro, entre otras razones porque el tema principal de la selección ha variado continuamente. Te interesa fotografiar los espacios vacíos, el movimiento de las piernas en ese instante en el que la persona parece flotar, los fenómenos atmosféricos, los trabajos de la luz. Te interesa lo que es posibilidad, todo aquello que está a punto de alzarse o caer. Tu campo de acción no es la ciudad, ni la naturaleza, ni los retratos ni los edificios. Tu campo de acción es lo que está por hacerse o lo que hace mucho tiempo que sucedió. No hay nada más vinculado a la fotografía, según tu opinión, que el tránsito. Titularás a tu exposición La puerta estrecha.
Hoy ya no tienes el mismo miedo que mostrabas a tu llegada. Tenías verdadero miedo entonces. Ahora estás dando los pasos que tienes que dar. Aquí están muy orgullosos de ti. Pero tienes que resolver algunas cuestiones.
—Lo sé —dices.
Te has convertido en alguien que no eres tú, pero que sólo tú puedes ser. Tienes una piel diferente. Estás cerca de ser la oruga que fotografiaste hace más de un mes, una criatura extraña. A veces te echas en el suelo frío de tu estudio y te arrastras como la oruga. Te has acostumbrado al ruido sordo de los pasos y a observarlo todo con cientos de ojos. Te hablan, pero no consigues conectar con las conversaciones que te rodean. Hasta te han asegurado que eres importante, pero tu mirada en mosaico se centra en una esquina. Esa esquina. La única que se te resiste. Qué tendrá esa esquina que no encuentras en la vida cotidiana. Esa esquina es más importante que el tiempo que hará mañana. Podrías encerrarte dentro de tu encierro. Si pudieras trepar por las paredes. Es una posibilidad. Eres joven, pero has vivido mucho. Tu tiempo libre se ha estirado hasta el punto de que ya no lo aprecias como deberías. Cada mes podría durar mil días. El tiempo es lo que hace tu mundo tan diferente, tan disperso. Miras al cielo, intentando calcular en qué hora del día estás. El tiempo es una barra de mantequilla. Nunca se te ha concedido la alegría de borrar una hora de tu vida, aunque se trate de una ilusión y cuentes con que la recuperarás. ¿Recuperarás tu tiempo alguna vez?
En el suelo puedes sentir tu propia respiración. Tu exhalación te rodea. Pegas tu vientre al suelo. Hundes tu débil pulso en la tierra, como un volcán durmiente que cae del cielo. Y cae una lágrima, y tu cálida y dócil lágrima es lo único que te queda. Es lo único que quedará de ti cuando la exposición termine. Has descubierto que dormir también es parte de la vida. Tienes más vida que la que te prometías tener cuando eras estudiante, cuando pensabas que el año siguiente sería el que marcaría el punto de inflexión de tu vida, cuando las cosas tal vez eran más descaradas y salvajes y cuando la única obligación era consumir el paraíso. No como hoy, que ya eres mayor y ser libre se parece demasiado a trabajar.
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