Este mes de agosto que termina hemos presenciado la desaparición del artista norteamericano Jason Rhoades (1965-2006). Tristemente relegado por el circuito artístico a la participación de bienales y olvidado por la crítica de arte ante compañeros de generación como Mike Kelley o Paul McCarthy, sin duda alguna las columnas y diferentes textos que han aparecido no le han hecho justicia. En ocasiones espoleados por la crítica de Rosalind Krauss al arte de instalación como una mera espectacularización de espacios deslocalizados, bien en Beijing, Estambul, Lyon, o cualquier otra ciudad bienalizada, lo cierto es que los obituarios se reducían a recitar el currículo expositivo de Rhoades y su relación con la abyección cultural y objetual de ciertos artistas instaladores de la Coste Oeste norteamericana, como los más arriba citados.
No nos gustaría dejar pasar esta ocasión para recordar algunas de las cualidades de las instalaciones de Rhoades, retomadas por artistas como John Bock y Thomas Hirschorn. Entre ellas, la saturación de objetos en instalaciones sobredimensionadas que interconectaban contenidos y materiales muy diversos, desde artículos de consumo postindustriales hasta vestigios de un imaginario post-pop y fabril, como hierro, acero, planchas, tubos, basura recuperada que aludía también al escultura funk postobjetual de Kienholz y Segal. Estas macro-estructuras se unían entre sí, a través de elementos hidraúlicos o contenido metafórico, por lo que el propio artista hablaba de la recreación de un juego infantil, como un Lego biomórfico y desquiciado en la multitud de referentes y capas de significado. Por ello, la metáfora del rizoma, pero también de los sistemas horizontales de transmisión de información, como internet, tienen en las instalaciones de Rhoades uno de sus referentes.
La deliberada ambigüedad en el uso de los medios y la confrontación en contenidos dispares, como la banalidad y el arte elevado, la construcción de la subjetividad del artista y la parodia y el uso de máscaras o la crítica a la comodificación, a la vez que la adopción de una estética de producción y almacenaje en su modo de trabajo, muy similar a la de la mercancía de consumo, convertían a Jason Rhoades, en definitiva, en algo más que un instalador de bienal o un artista-turista.
Al menos tenemos algunos sitios donde recordar a Rhoades como se merece. Lastima que sus obras no esten tan difundidas por Internet
Ernesto Schuetz